LLAST
Jo sóc un que va
néixer
l'hivern de 1942,
al cor d'una ciutat
plena de voltes.
De la pluja i els sol
eren refugi
i de la nostra timidesa
adolescent.
Hi havia un riu fangós
ple de carpes
negrenques
i un ritme de campanes
inexorable i lent.
Relliscava la pluja de
tardor
pels empedrats de
còdols
dels carrerons malalts
i es glaçaven les
basses a l'hivern
perquè els hiverns hi
eren freds. I eren foscos.
Érem un ramadet de
nens enfredorits
prop d'estufes fumoses
de serradures agres.
Tremolàvem de por
darrere vidres bruts
mentre ens exercitaven
en una llengua estranya.
Les postes eren lentes,
les primaveres breus,
i, els estius,
oblidàvem. Eren com un sotrac.
Sal i pell i suor,
hores immenses,
i l'horitzó del mar,
lluny, com un somni.
I la vida que feia els
seus llambreigs
per anar-nos mostrant a
poc a poc
el tou dels seus
misteris.
I ens creixien els
ossos i la carn,
i ens creixia el desig,
dolç com el llessamí,
aspre com els geranis,
letal com els baladres.
I cremava tot jo en les
seves flames.
Els vespres eren clars
i les nits denses,
pel pes del sol i pel
remordiment,
càrrega estranya
que començàvem a
carretejar,
alguns per sempre.
Anys enyorats, deliris
blaus!
I tornava la roda
feixuga dels octubres.
Aviat vam descobrir
els primers desenganys,
les suspicàcies,
les estratègies i la
doble moral
i els exercicis de
dubte sistemàtic.
I va arribar l'edat de
fer projectes.
Ajaguts en un prat,
mirar el futur
sense enfocar-lo gaire
era un esport
a què ens lliuràvem,
indolents, callats.
Les herbes eren altes.
Ara tinc por quan trobo
algun cadell
d'aquells anys. I és
que no sé què dir-li.
-Què, com va, i el
desig?
Les runes ens encerclen
i aquella prada oberta
és plena de deixalles
repugnants.
-Què, quan va
començar?
(Aquella tarda amarga
que encara et mortifica?
Aquell vespre que tu ja
no recordes?
Aquella nit de foc i
d'inconsciència?)
Les formigues seguien
el seu camí menut
i un ritme elèctric
d'èlitres fibrava
aquell silenci nostre.
Una estesa de flors,
gencianes blavíssimes,
regalèssia rosada,
ran d'ulls i, al fons
del prat,
els nerets de coral.
I una nosa ens creixia
dins del pit,
al fons de tot de la
sang més espessa,
un tràgic cefalòpode:
ansietat, angoixa,
un embaràs de culpa.
-No hi clapotegismés
als bassals de la culpa,
llença't a un mar
d'oblit que et torni el goig
inaugural de sentir-te
salvat.
-Salvem-nos tu i jo
junts aquesta nit,
ara que, a fora, el món
sencer sotsobra.
-Mirem-nos sense
enganys aquesta nit.
Les herbes eren dolces.
-Canto el teu cos de
goma, la teva pell canyella,
aquelles dents tan
blanques.
Canto el teu
entusiasme.
Canto el que no va ser.
Les herbes eren
grasses.
Va ser una primavera
voltada de pollancs,
i, amb urc, ens
oferiem. Vam ser presos
i esclafats a les moles
de l'Història.
I tot amb un somriure,
flautes dolces
de fusta de perer,
música exacta
per adormir aquell pop
de l'ansietat,
l'angoixa, el descontentament,
que ens creixia i
creixia.
-Canto aquella passió
sense resurrecció.
-Canto aquell
desconcert d'àngels extraviats
en aquell món ressec
d'herbes amargues.
-Canto aquell esvoranc
i ploro pel cinisme
i per l'oblit metòdic,
que es va fer indispensable
per la supervivència.
Després, ja tot va ser
convencional,
llar i patria. Mai més
no va tornar
la il.lusió perduda.
Ja tots sempre
fantasmes vagorosos per
la vida,
emasculats de Déu,
aferrats al secret.
Narcís Comadira (Llast,
2007)
LASTRE
Soy uno que nació
el invierno de 1942,
en el corazón de una ciudad llena de arcos.
Para la lluvia y el sol eran refugio
y para nuestra timidez adolescente.
Había un río fangoso
lleno de carpas negruzcas
y un ritmo de campanas
inexorable y lento.
Resbalaba la lluvia de otoño
por empedrados de guijarros
de enfermos callejones
y las balsas se helaban en invierno
porque los inviernos eran fríos. Y eran oscuros.
Éramos un corrillo de niños ateridos
junto a estufas humosas de serrines agrios.
Temblábamos de miedo tras sucios cristales
mientras nos ejercitaban en una lengua extraña.
Los crepúsculos eran lentos,
las primaveras breves,
y, los veranos, olvidábamos. Eran como una sacudida.
Sal y piel y sudor, horas inmensas,
y lejos, el horizonte del mar, como un sueño.
Y la vida que producía sus destellos
para irnos enseñando despacio
la blandura de sus misterios.
Y nos crecían los huesos y la carne,
y nos crecía el deseo, dulce como el jazmín,
áspero como los geranios, letal como las adelfas.
Y todo yo ardía en sus llamas.
Los anocheceres eran claros y las noches densas,
por el peso del sol y por el remordimiento,
extraña carga
que empezábamos a arrastrar,
algunos para siempre.
¡Años añorados, delirios azules!
Y volvía la rueda pesada de los octubres.
Pronto descubrimos
los primeros desengaños, las suspicacias,
las estrategias y la doble moral
y los ejercicios de duda sistemática.
Y llegó la edad de hacer proyectos.
Echados en un prado, mirar el futuro
sin enfocarlo mucho era un deporte
al que nos entregábamos, indolentes, callados.
Las hierbas eran altas.
el invierno de 1942,
en el corazón de una ciudad llena de arcos.
Para la lluvia y el sol eran refugio
y para nuestra timidez adolescente.
Había un río fangoso
lleno de carpas negruzcas
y un ritmo de campanas
inexorable y lento.
Resbalaba la lluvia de otoño
por empedrados de guijarros
de enfermos callejones
y las balsas se helaban en invierno
porque los inviernos eran fríos. Y eran oscuros.
Éramos un corrillo de niños ateridos
junto a estufas humosas de serrines agrios.
Temblábamos de miedo tras sucios cristales
mientras nos ejercitaban en una lengua extraña.
Los crepúsculos eran lentos,
las primaveras breves,
y, los veranos, olvidábamos. Eran como una sacudida.
Sal y piel y sudor, horas inmensas,
y lejos, el horizonte del mar, como un sueño.
Y la vida que producía sus destellos
para irnos enseñando despacio
la blandura de sus misterios.
Y nos crecían los huesos y la carne,
y nos crecía el deseo, dulce como el jazmín,
áspero como los geranios, letal como las adelfas.
Y todo yo ardía en sus llamas.
Los anocheceres eran claros y las noches densas,
por el peso del sol y por el remordimiento,
extraña carga
que empezábamos a arrastrar,
algunos para siempre.
¡Años añorados, delirios azules!
Y volvía la rueda pesada de los octubres.
Pronto descubrimos
los primeros desengaños, las suspicacias,
las estrategias y la doble moral
y los ejercicios de duda sistemática.
Y llegó la edad de hacer proyectos.
Echados en un prado, mirar el futuro
sin enfocarlo mucho era un deporte
al que nos entregábamos, indolentes, callados.
Las hierbas eran altas.
Ahora tengo miedo
cuando encuentro algún cachorro
de aquellos años. Porque no sé qué decirle.
-¿Qué, cómo va, y el deseo?
Nos rodean los escombros y aquel abierto prado
está lleno de repugnantes desechos.
-¿Qué, cuándo empezó?
(¿Aquella amarga tarde que todavía te mortifica?
¿Aquel anochecer que ya no recuerdas?
¿Aquella noche de fuego y de inconsciencia?)
Las hormigas seguían su caminito
de aquellos años. Porque no sé qué decirle.
-¿Qué, cómo va, y el deseo?
Nos rodean los escombros y aquel abierto prado
está lleno de repugnantes desechos.
-¿Qué, cuándo empezó?
(¿Aquella amarga tarde que todavía te mortifica?
¿Aquel anochecer que ya no recuerdas?
¿Aquella noche de fuego y de inconsciencia?)
Las hormigas seguían su caminito
y un ritmo eléctrico
de élitros acompañaba
nuestro silencio. Una extensión de flores,
azulísimas gencianas, rosado regaliz,
a ras de ojos y, en el fondo del prado,
los rododendros de coral.
Y nos crecía un malestar dentro del pecho,
en el fondo de la sangre más espesa,
un trágico cefalópodo: ansiedad, angustia,
un embarazo de culpa.
-No chapotees más en las charcas de la culpa,
lánzate a un mar de olvido que te devuelva el gozo
inaugural de sentirte salvado.
-Salvémonos juntos tú y yo esta noche,
ahora que, afuera, zozobra el mundo entero.
-Esta noche mirémonos sin engaño.
Las hierbas eran dulces.
-Canto tu cuerpo de goma, tu piel canela,
aquellos dientes tan blancos.
Canto tu entusiasmo.
Canto lo que no fue.
Las hierbas eran gruesas.
Fue una primavera cercada de chopos,
y, con orgullo, nos ofrecíamos. Fuimos pillados
y triturados por las ruedas de la Historia.
Y todo con una sonrisa, dulces flautas
de madera de peral, música exacta
para dormir aquel pulpo
de la ansiedad, la angustia, el descontento,
que nos crecía y crecía.
nuestro silencio. Una extensión de flores,
azulísimas gencianas, rosado regaliz,
a ras de ojos y, en el fondo del prado,
los rododendros de coral.
Y nos crecía un malestar dentro del pecho,
en el fondo de la sangre más espesa,
un trágico cefalópodo: ansiedad, angustia,
un embarazo de culpa.
-No chapotees más en las charcas de la culpa,
lánzate a un mar de olvido que te devuelva el gozo
inaugural de sentirte salvado.
-Salvémonos juntos tú y yo esta noche,
ahora que, afuera, zozobra el mundo entero.
-Esta noche mirémonos sin engaño.
Las hierbas eran dulces.
-Canto tu cuerpo de goma, tu piel canela,
aquellos dientes tan blancos.
Canto tu entusiasmo.
Canto lo que no fue.
Las hierbas eran gruesas.
Fue una primavera cercada de chopos,
y, con orgullo, nos ofrecíamos. Fuimos pillados
y triturados por las ruedas de la Historia.
Y todo con una sonrisa, dulces flautas
de madera de peral, música exacta
para dormir aquel pulpo
de la ansiedad, la angustia, el descontento,
que nos crecía y crecía.
-Canto aquella pasión
sin resurrección.
-Canto aquel desconcierto de ángeles extraviados
en aquel mundo reseco de hierbas amargas.
-Canto aquella brecha y lloro por el cinismo
y por el olvido metódico, que se hizo imprescindible
para la supervivencia.
Después, todo fue ya convencional,
hogar y patria. No volvió nunca
la ilusión perdida. Para siempre todos ya
-Canto aquel desconcierto de ángeles extraviados
en aquel mundo reseco de hierbas amargas.
-Canto aquella brecha y lloro por el cinismo
y por el olvido metódico, que se hizo imprescindible
para la supervivencia.
Después, todo fue ya convencional,
hogar y patria. No volvió nunca
la ilusión perdida. Para siempre todos ya
vagos fantasmas por la
vida,
emasculados de Dios, aferrados al secreto.
emasculados de Dios, aferrados al secreto.
Narcís Comadira
(Versión de Pedro Casas Serra)
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