ROMANCE
DE ÁNGEL FÉLIX
A
Ángel Félix
Hace
muchos años, en uno de los frecuentes viajes que por entonces hacía
entre Barcelona y Madrid, recalé en la muy leal ciudad de Zaragoza.
Tras postrarme ante la Pilarica y saciar mi hambre en un viejo mesón,
hallándome perdido por las callejas que conforman su casco antiguo,
fui a dar frente a un almacén de muebles y trastos viejos sin rótulo
alguno que lo anunciara. Entré por curiosidad y anduve revolviendo
entre mil cosas que allí había, hasta que quedé prendado de un
tarro viejo de cerámica que burdamente pintada llevaba lo que
parecía una inscripción en árabe. Tras convenir el precio con su
propietario - un viejecito amable pero poco hablador - me lo llevé a
mi casa en Barcelona y lo deposité sobre un estante del salón. El
miércoles pasado, alertado por el estruendo, acudí al salón y me
encontré el tarro o mejor dicho lo que quedaba de él, en el suelo y
a la señora de la limpieza muy compungida a su lado... ¡Alabado sea
Dios! Lo más sorprendente es que entre sus pedazos, apareció un
manuscrito apenas legible que contenía un poema - por su forma un
romance - anónimo y que llevaba por título "Romance de Ángel
Félix", y conociendo que nuestro Ángel Félix es originario de
las tierras de Aragón, no he podido sustraerme al deseo de traerlo
hoy aquí y compartirlo con todos vosotros:
"Romance
de Ángel Félix" *
-
¡Ángel Félix, Ángel Félix,
ángel
de la angelosía,
el
día que tú naciste
grandes
señales había!
Estaba
tu padre en calma,
tu
madre estaba crecida:
ángel
que en tal signo nace
debe
escribir poesía. -
Allí
respondiera el Ángel,
bien
oiréis lo que decía:
-
Yo la escribiré, señor,
aunque
me cueste la vida;
porque
soy hijo de un ángel
y
una mortal serafina;
siendo
yo niño y muchacho,
mi
madre me lo decía:
que
poesía escribiese,
que
era grande lozanía:
por
tanto, pregunta, rey,
que
en verso te lo diría.
-
Yo te agradezco, Ángel Félix,
aquesta
tu cortesía.
¿Qué
castillos son aquellos?
¡Altos
son y relucían!
-
La Copla era, señor,
y
la otra la Serranilla:
cantares
de segadores
labrados
a maravilla.
El
ángel que los labraba
cien
dirhams ganaba al día,
y
el día que no los labra,
otros
tantos se perdía.
El
otro es el Romancero,
huerta
que par no tenía:
el
otro el Cantar de Gesta,
castillo
de gran valía. -
Allí
habló el rey Al-Muqtádir,
bien
oiréis lo que decía:
-
Poesía, si tu quisieras,
contigo
me casaría:
daréte
en arras y dote
la
Prosa y la Narrativa.
-
Casada soy, Al-Muqtádir,
casada
soy, no viudita;
el
Ángel que a mí me tiene
muy
grande bien me quería.
*
En la Edad Media, los romances se transmitían oralmente a través de
los juglares que los recitaban de plaza en plaza. Esto hizo que
llegaran hasta nosotros fragmentados y en distintas versiones. Este
romance de Ángel Félix guarda gran similitud con el de Abenámar,
romance anónimo del siglo XV muy conocido. Todo hace suponer que
éste, el de Ángel Félix, es más antiguo que el romance de
Abenámar pues está situado durante el reinado del rey moro de
Zaragoza Al-Muqtádir (1046-1081), mientras que el de Abenamar lo
está durante el reinado de Juan II de Castilla (1406-1454), por
tanto casi cuatro siglos después. De esta forma el romance de
Abenámar no sería sino un apócrifo del romance de Ángel Félix,
probablemente escrito por un tal Abenámar para ensalzar su propio
nombre y así pasar a la historia. La aparición ahora del romance de
Ángel Félix pone las cosas en su sitio. ¡A Ángel Félix lo que es
de Ángel Félix y a Abenámar lo que es de Abenámar!
Pedro
Casas Serra (13-06-2012)