LA CATEDRAL
Hi puges un captard,
quan la ciutat
queda lluny amb les
boires i els sorolls
opacs de les botzines.
La tens al teu devant.
Sense mirar-la,
t'endinses, innocent,
en la penombra.
¿Quin murmuri de vides
pot sentir-se,
de sofriments, de
crims, de sang encesa,
presos a les escretlles
de la pedra?
Tu, ciutadà, que hi
puges per distreure't,
la catedral et pren i
un malefici
es posa, imperceptible,
en els teus ossos.
Segles s'obren als
ulls: les vestidures
de canonges antics
endormiscats
s'alcen de velles
caixes. Processons
de comtes i comtesses
que abandonen
els pàl.lids
alabastres sepulcrals.
Fugues inacabables es
desprenen
dels tubs de l'orgue i
dels tímids somriures.
No t'amaguis, per tu,
la catedral
es fa viva, es
desperta; tots els somnis
com un núvol d'encens
agafen forma
i batega la flama del
desigs
més remots,
ancestrals, que t'han fet néixer.
La ciutat és aquí,
tota la vida
fa corredisses entre
les columnes
i la pols dels altars
que es descomponen.
Tantes velles
doctrines, els terrors,
foscos, subtils,
d'aquella fe de joves,
les paraules que,
buides, ressonaven,
l'ull vigilant, cruel,
de tants capvespres,
un exèrcit de corcs
els va fent miques.
I a tu també. ¿No ho
veus? Mira, s'apaguen
lentament els vitralls,
la nit s'acosta
i un tremolor us
commou. La catedral
i tu, com una sola
carn, temeu
que s'estronqui
l'encant que us vivifica.
lluita amb els punys
perquè els homes perdurin,
i amb els homes els
crims i els sofriments.
Davalla a la ciutat,
ven, comercia,
fes-te ric i fes fills;
si pots, conspira.
Segueix tranquil els
anys que t'han donat,
que res no detindrà el
curs de la vida.
Tu, catedral, rosa
solemne, puja
amb els teus al destí
més gloriós
a què et condemnen
àngels i dimonis:
obre't i escampa el
perfum de la pedra.
Vull veure el cel com
traspassa els teus nervis
i com voleien per sobre
el retaule
els corbs que esperen
la carn dels sepulcres.
Narcís Comadira (El verd jardí,
1976)
LA CATEDRAL
Subes un atardecer, cuando la ciudad
queda lejos con las nieblas y los ruidos
opacos de las bocinas.
La tienes enfrente. Sin mirarla,
te adentras, inocente, en la penumbra.
¿Qué murmullos pueden oírse de vidas,
de sufrimientos, de crímenes, de sangres encendidas,
prisioneros en las juntas de las piedras?
A ti, ciudadano, que subes para distraerte,
la catedral te atrapa y un maleficio
penetra, imperceptible, en tus huesos.
Subes un atardecer, cuando la ciudad
queda lejos con las nieblas y los ruidos
opacos de las bocinas.
La tienes enfrente. Sin mirarla,
te adentras, inocente, en la penumbra.
¿Qué murmullos pueden oírse de vidas,
de sufrimientos, de crímenes, de sangres encendidas,
prisioneros en las juntas de las piedras?
A ti, ciudadano, que subes para distraerte,
la catedral te atrapa y un maleficio
penetra, imperceptible, en tus huesos.
Los siglos se hacen
visibles a tus ojos: las vestiduras
de antiguos adormilados canónigos
se levantan de viejas cajas. Procesiones
de condes y condesas que abandonan
los pálidos alabastros sepulcrales.
Fugas inacabables se desprenden
de los tubos del órgano y de las tímidas sonrisas.
No te escondas, por ti la catedral,
revive, se despierta; todos los sueños
como una nube de incienso cogen forma
y late la llama de los deseos
más remotos, ancestrales, que te han hecho nacer.
de antiguos adormilados canónigos
se levantan de viejas cajas. Procesiones
de condes y condesas que abandonan
los pálidos alabastros sepulcrales.
Fugas inacabables se desprenden
de los tubos del órgano y de las tímidas sonrisas.
No te escondas, por ti la catedral,
revive, se despierta; todos los sueños
como una nube de incienso cogen forma
y late la llama de los deseos
más remotos, ancestrales, que te han hecho nacer.
La ciudad está aquí,
toda la vida
corre entre las columnas
y el polvo de los altares que se descomponen.
Todas las viejas doctrinas, los terrores,
oscuros, sutiles, de aquella fe de cuando jóvenes,
las palabras que, vacías, resonaban,
la mirada vigilante, cruel, de tantos atardeceres,
los va haciendo pedazos un ejército de carcomas.
corre entre las columnas
y el polvo de los altares que se descomponen.
Todas las viejas doctrinas, los terrores,
oscuros, sutiles, de aquella fe de cuando jóvenes,
las palabras que, vacías, resonaban,
la mirada vigilante, cruel, de tantos atardeceres,
los va haciendo pedazos un ejército de carcomas.
Y a ti también. ¿No
lo ves? Mira, se apagan
lentamente los vitrales, la noche se acerca
y un temblor os conmueve. La catedral
y tú, como una sola carne, teméis
que se rompa el encanto que os vivifica.
lentamente los vitrales, la noche se acerca
y un temblor os conmueve. La catedral
y tú, como una sola carne, teméis
que se rompa el encanto que os vivifica.
Abandona, abandona este
retraimiento,
pelea a puñetazos para que los hombres perduren,
y con los hombres los crímenes y los sufrimientos.
Baja a la ciudad, vende, comercia,
hazte rico y haz hijos; si puedes, conspira.
Prosigue tranquilo los años que te han dado,
que nada detendrá el curso de la vida.
Tú, catedral, rosa solemne, sube
con los tuyos al destino más glorioso
a que te condenan ángeles y demonios:
ábrete y esparce el perfume de la piedra.
Quiero ver como el cielo traspasa tus nervios
y como vuelan sobre el retablo
los cuervos que esperan la carne de los sepulcros.
pelea a puñetazos para que los hombres perduren,
y con los hombres los crímenes y los sufrimientos.
Baja a la ciudad, vende, comercia,
hazte rico y haz hijos; si puedes, conspira.
Prosigue tranquilo los años que te han dado,
que nada detendrá el curso de la vida.
Tú, catedral, rosa solemne, sube
con los tuyos al destino más glorioso
a que te condenan ángeles y demonios:
ábrete y esparce el perfume de la piedra.
Quiero ver como el cielo traspasa tus nervios
y como vuelan sobre el retablo
los cuervos que esperan la carne de los sepulcros.
Narcís Comadira
(Versión de Pedro Casas Serra)
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