jueves, 1 de octubre de 2015

“O TESTEMUNHO” de Thiago de Mello (De O andarilho e a manhã, 1953-1955)

O TESTEMUNHO



I — Ser

Num campo de silêncio,
onde pastam manhãs,
estou — sempre que sou.

Quis-me o campo por senda:
em meu lúcido passo,
entanto, lá não vou.

Atendo a um chamamento
feroz, tímido e brando:
são vozes maduras.

Toda recusa é vã:
asas me erguem, e sou.
Ser é resposta. E dói.

É um campo de silêncio:
oh! palpitante berço
e pasto roçagante

de infinitas manhãs
que se cantam nascidas
para a noite do mundo.

De silêncio, e contudo
ali se escuta a dor
crescer, fingida em relva.

Essa relva me sabe.
O coração é a boca
que se crispa a seu travo.

Pasto dor e silêncio
no campo onde sou.

II — Ter

Dor sofrida é salário.

O amargo que mastigo
transmuda-se na moeda
com que me cumpro e compro

o segredo fecundo
adormecido há invernos
na boca das auroras.

Para erguê-las ao campo
de silêncio onde pastam
— e de onde me chamaram —,

antes entrego as mãos
às lâminas de brasa
que me buscam, ferozes:

matutinos orvalhos,
serenos de idas tardes,
sepultos semivivos.

Com essa dor se cunha
a moeda em cuja efígie
vê-se o perfil dos anjos.

Meu salário é meu júbilo:
ao regressar-me, esplendem
alvíssaras profundas

no momento em que entrego
ao mundo — envolta em cânticos —
humilde sempremanhã.

III — Amar

No campo de silêncio
onde, existindo, sou,
não me retardo. Tardo

a ser, e quando sou
— sou pouco. O muito é a dor.
As têmporas estalam.

O tempo que ficou
e, aquém de mim, me espera
reclama o existir turvo.

Então, perdido, torno,
a caminho transbordo,
transvio-me de mim:

quando chego, sou pouco.
Crestam-me a vida vã
saudades de ter sido.

A dor é eco longínquo
de grito soterrado.
O ser é estrela extinta,

lua de treva em céu
já desabado, pedra
lavada pela chuva.

Permaneço, contudo,
e comigo a amargura,
quando o amor é o caminho

que em mim se faz e faz-me
correr ao campo branco
onde alvoradas sonham,

onde me espera o pasto
onde a fome fareja
a dor antiga, eterna:

dor esplêndida e dura
— dor de ser e de amar.
Porque de amar, perdura.

E trago dessa viagem
uma treva mais doce
para a noite do mundo.

Às vezes é uma aurora
que me aclara também:
e vejo em amargor

a face que me coube,
a face dessa noite
noite tão noite e fria

que é minha e de meu mundo,
ai, mundo meu não mundo,
perdido, em pranto, e pouco

o muito em mim, e grande,
e sofredor grandioso
— só mesmo o coração:
pois nele cabe Deus.
Thiago de Mello (O andarilho e a manhã, 1953-1955)


 
El TESTIMONIO

I — Ser

En un campo de silencio,
donde pastan las mañanas,
estoy — siempre que soy.

Me quiso el campo por senda:
en mi inteligente paso,
así y todo, allá no voy.

Atiendo a un llamamiento
feroz, retraído y blando:
son voces maduras.

Toda negativa es vana:
me salen alas, y soy.
Ser es la respuesta. Y duele.

Es un campo de silencio:
¡oh! palpitante cuna
y pasto rozagante

de infinitas mañanas
que se cantan nacidas
para la noche del mundo.

De silencio, y sin embargo
allí se escucha el dolor
crecer, oculto en la hierba.

Esa hierba me sabe.
El corazón es la boca
que se crispa a su tropiezo.

Pasto dolor y silencio
en el campo donde estoy.

II — Tener

Dolor sufrido es salario.

La amargura que mastico
se transforma en la moneda
con que me cumplo y me compro

el fecundo secreto
adormecido hace inviernos
al comenzar las auroras.

Para alzarlas en el campo
de silencio donde pastan
— y de donde llamarán —,

antes entrego las manos
a las cuchillas de brasa
que me rastrean, feroces:

los rocíos matutinos,
serenos de tardes idas,
sepultados semivivos.

Con ese dolor se acuña
la moneda en cuya efigie
se ve el perfil de los ángeles.

Mi salario es mi alegría:
al regresar, resplandecen
hondas albricias

en el momento en que entrego
al mundo — envuelto en mis cantos —
nuevo humilde amanecer.

III — Amar

En el campo de silencio
donde, siendo, soy,
no me retraso. Tardo

a ser, y cuando soy
— soy poco. El dolor es mucho.
Crepitan los tiempos.

El tiempo que quedó
y, de mi lado, me espera,
reclama un existir turbio.

Entonces, perdido, vuelvo,
cambio de camino,
y cambio también de mí:

cuando llego, poco soy.
Me quema la vida vana
la nostalgia de haber sido.

Lejano eco es el dolor
del quejido soterrado.
El ser es estrella extinta,

luna de niebla en el cielo
ya caído, una piedra
que lava la lluvia.

Permanezco, sin embargo,
y conmigo la amargura,
cuando es el amor camino

que en mí se hace y que me hace
correr al albino campo
donde la alborada sueña,

donde me esperan los pastos
donde olfatea el hambre
el viejo dolor, eterno:

dolor espléndido y duro
— dolor de ser y de amar.
Porque es de amar, que perdura.

Y traigo de ese viaje
una tiniebla más dulce
para la noche del mundo.

A veces es una aurora
que me ilumina también:
y veo con amargura

la faz que me cupo,
la faz de esta noche
noche tan noche y tan fría

que es la mía y de mi mundo,
ay, mundo mío no mundo,
perdido, en llanto, y poco

o mucho en mí, y grande,
y sufridor grandioso
— incluso el corazón sólo:
pues dentro de él cabe Dios.


Thiago de Mello
(Versión de Pedro Casas Serra)

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