Los buenos maestros dejan una huella imborrable. Yo
recuerdo varios: el que me ayudó a creer en mí mismo, el que me demostró
que se puede mandar sin gritar, el que me trató como a un adulto.
Los sueños son lugares de reencuentro.
No solo las personas despiertan nuestra ternura, también las cosas que nos han acompañado toda la vida.
La historia nos confirma que toda gloria, por grande que parezca, se acaba. Lo que parece no tener fin es la desigualdad.
Quien nos ha enseñado las palabras, estará siempre en ellas.
Sabemos
que vamos a la muerte sin remedio, pero deseamos dejar constancia de
nuestro paso por la vida, de cuanto amamos y defendimos.
No me
molesta el otoño. De hecho el otoño y la primavera son las estaciones en
que la luz está más tamizada (ni quema ni está ausente), la atmósfera
es más trasparente y el resultado ofrece más dulzura.
¿Por qué es
importante la poesía? Porque es lo que quedará de nosotros cuando
hayamos muerto. Increíble la cita de John Donne al equiparar suspiros
con acentos y palabras con lágrimas: al escribir es como si nos
estuviéramos no solo retratando sino incluso filmando, pues hasta las
pausas de nuestra voz, los gestos de nuestra cara, la entonación de
nuestro discurso quedarán en nuestros versos.
La juventud no es diferente a nosotros, solo tiene cincuenta años menos.
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