jueves, 23 de agosto de 2018

La gesta del gato y el dragón

LA GESTA DEL GATO Y EL DRAGÓN


Para el Encuentro de Aires de Libertad en España 2015


Pues aquí reunidos

en tan fausta ocasión,

os cantaré la gesta

del gato y el dragón.


Érase un dragón

- de Comores, por cierto -

que nació de su especie

el más pequeño y tuerto.


Y también un minino

que aún no echaba los dientes,

ni garras afiladas

lucía de felino.


Pero estos dos estetas

brillaban en la red

luciendo sus encantos

de divinos poetas.


Un día se enzarzaron

en cruda discusión

por lograr de una dama

su altivo corazón.


Así el dragón bramaba

y rugía el felino,

y cada cual decía

la palabra más brava.


Por zanjar la cuestión,

indicoles la bella

se batieran en duelo

por obtenerla a ella.


Y así quedó resuelto

combatieran al alba,

que dicen que a esa hora

la ocasión pintan calva.


Al escoger padrinos,

los torpes contendientes,

prefirieron hacerlo

sin ojos y sin dientes.


No vieran de esta forma

su clara villanía

y fueran a contarlo

en internet un día.


Se pusieron de acuerdo

para elegir las armas:

uno las ofensivas,

otro las defensivas.


Pensó el dragón con tiento

que para protegerse,

le convenía mucho

al padre parecerse.


Y así, para esconder

su esmirriada figura,

una lupa eligió

para ganar altura.


El minino, a su vez,

se sabía indefenso

y no fió a la suerte

preservarse la tez.


Sin uñas y sin dientes,

creyó que en el ataque,

poco daño le haría

un débil mondadientes.


Cerrada la cuestión

y llegada la hora,

se iniciaba la lid

¡qué pavor! con la aurora.


Iban los dos cubiertos

de sendas armaduras

que no dejaban ver

¡ni así! de sus hechuras.


El gato tras su lupa

vio muy grande al dragón

y se dijo asustado:

¡de tripas, corazón!


Y el dragón temeroso

blandía el mondadientes

con un miedo horroroso

y castañeo de dientes.


Quiso mala fortuna

que por azar malvado,

entrara el mondadientes

por celada gatuna.


Y pinchole al minino

en su pobre nariz

quedando muy sentido

el gatito infeliz.


Estimaron los jueces

por los maullidos dados,

que el honor en cuestión

estaba ya saldado.


Y se fueron los seis

a tomar unas copas

y reponer la sangre

vertida en cuatro gotas.


Ésta es la real historia

que en su lecho de muerte,

me contó un contendiente

y nos llegó por suerte.


Otra cosa es lo que ambos

colgaron en la red,

que ya se sabe como

son los vates, ¡pardiez!


Pedro Casas Serra (02-02-2015)

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