LOS REYES MAGOS Y LA HOJA DE RECLAMACIONES
Luis fue un niño afortunado, no descubrió que los Reyes Magos eran sus padres hasta el día que murieron.
¿No íbamos por el mundo escalando los peldaños de la muerte?
¿No íbamos borrando con cal las palabras de los muros de los cementerios?
¿No íbamos bailando entre sus sepulturas mientras asomaban las luces del amanecer?
¿No íbamos sembrando nuestros huesos para señalar las estaciones del camino?
¿No íbamos arrojando la verdad como carnaza a los perros?
¿No íbamos lamiendo nuestras heridas como los leprosos sus pústulas?
¿No sufríamos espasmos como los locos atados con correas?
¿No fornicábamos con la alegría de los millonarios?
¿No veíamos a nuestros padres como a las estatuas de los parques?
¿No corríamos desnudos por el bosque?
¿No fuimos de los que elevábamos cometas?
¿No nos estirábamos al sol sobre las rocas?
¿No orinábamos desde lo alto de un risco?
¿No encendíamos hogueras en invierno? ¿No bailábamos a su alrededor?
¿No nos sumergíamos en las aguas de los ríos, en las olas del mar, en la bañera acompañados?
¿No nos arrancábamos la ropa de impaciencia?
¿Dónde dejamos nuestros cuerpos, los sueños de nueve horas, los deleites por un roce?
¿Dónde el pan con chocolate, los besos de la madre, los lloriqueos y el primer berrido?
¿No éramos los más guapos del cementerio?
¿No íbamos a durar para siempre?
¿No íbamos a durar para siempre?
Pedro Casas Serra (19-12-2011)
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