lunes, 25 de octubre de 2021

La bruja y la hermana del Sol (Cuentos populares rusos de Aleksandr Nikolayevich Afanasiev )

 LA BRUJA Y LA HERMANA DEL SOL


En un país lejano hubo un zar y una zarina que tuvieron un hijo, llamado Iván, mudo de nacimiento.

Un día, cuando ya había cumplido doce años, fue a ver a un palafrenero de su padre, al que tenía mucho cariño porque siempre le contaba cuentos maravillosos.

El zarevich Iván quería oír un cuento; pero lo que oyó fue muy distinto de lo que esperaba.

- Iván Zarevich -le dijo el palafrenero-, dentro de poco tu madre dará a luz una niña, que resultará ser una bruja espantosa que se comerá a tu padre, a tu madre y a todos los servidores de palacio. Si quieres librarte tú de tal desdicha, pide a tu padre su mejor caballo y vete a donde el caballo te lleve.

El zarevich Iván fue corriendo a su padre y, por primera vez en su vida, habló. El zar tuvo tal alegría al oírle que, sin preguntarle para qué lo quería, ordenó que le ensillasen su mejor caballo.

Montó Iván Zarevich a caballo y dejó al animal ir a donde quisiese. Así cabalgó mucho tiempo hasta que encontró a dos viejas costureras y les pidió albergue; pero las viejas le contestaron:

- Con mucho gusto te daríamos albergue, Iván Zarevich; pero nos queda poca vida. Cuando hayamos roto todas las agujas de esta cajita y hayamos gastado el hilo de este ovillo, llegará nuestra muerte.

El zarevich Iván se puso a llorar y se fue más lejos. Cabalgó mucho tiempo, y encontrando a Vertodub le pidió:

- Déjame quedar contigo.

- Con mucho gusto lo haría, Iván Zarevich; pero no me queda mucha vida. Cuando acabe de arrancar de la tierra estos robles con sus raíces, enseguida vendrá mi muerte.

El zarevich Iván lloró con más desconsuelo aún y se fue más lejos. Al fin encontró a Vertogez, y acercándose a él, le pidió albergue; pero Vertogez le repuso:

- Con mucho gusto te hospedaría, pero no viviré mucho tiempo. Me han puesto aquí para voltear esas montañas; cuando acabe con las últimas, llegará la hora de mi muerte.

El zarevichh derramó amarguísimas lágrimas y se fue más lejos. Tras mucho viajar llegó al fin a casa de la hermana del Sol. Esta lo acogió con gran cariño, le dio de comer y beber y lo cuidó como a su propio hijo.

Allí vivió el zarevich contento de su suerte; pero a veces se entristecía por no tener noticias de los suyos. Subía entonces a una montaña altísima, miraba el palacio de sus padres, que se percibía a lo lejos, y viendo que nunca salía nadie de sus muros ni se asomaba a las ventanas, suspiraba llorando con desconsuelo.

Una vez que volvía a casa después de contemplar su palacio, la hermana del Sol le preguntó:

- Oye, Iván Zarevich, ¿por qué tienes los ojos como si hubieses llorado?

- Es el viento que me los habrá irritado -contestó Iván.

La siguiente vez ocurrió lo mismo. Entonces la hermana del Sol impidió al viento que soplase.

Volvió Iván por tercera vez con los ojos hinchados, y ya no tuvo más remedio que confesarlo todo a la hermana del Sol, pidiéndole que le dejase ir a su país natal. Ella no quería; pero el zarevich insistió tanto que finalmente le dio permiso.

Se despidió de él cariñosamente, dándole para el camino un cepillo, un peine y dos manzanas de la juventud; la persona que come una de estas manzanas, cualquiera que sea su edad, enseguida rejuvenece.

Llegó el zarevich a donde estaba trabajando Vertogez y vio que quedaba solo una montaña por voltear. Entonces sacó el cepillo, lo tiró al suelo y al instante aparecieron unas montañas altísimas, cuyas cimas llegaban al mismísimo cielo; tantas eran, que se perdían de vista. Vertogez se alegró y con gran júbilo se puso a trabajar. El zarevich Iván siguió su camino, y al fin llegó donde estaba Vertodub arrancando los robles; solo le quedaban tres árboles por arrancar. Entonces el zarevich, sacando el peine, lo tiró en medio de un campo, y en un abrir y cerrar de ojos, crecieron unos bosques espesísimos. Vertodub se puso muy contento, dio las gracias al zarevich y empezó a arrancar los robles con todas sus raíces.

El zarevich Iván continuó su camino hasta que llegó a la casa de las viejas costureras. Las saludó y regaló una manzana a cada una; ellas se la comieron, y de repente rejuvenecieron como si nunca hubiesen sido viejas. En agradecimiento le dieron un pañuelo que al sacudirlo formaba un profundo lago.

Al fin llegó el zarevich al palacio de sus padres. La hermana salió a su encuentro; lo acogió cariñosamente y le dijo:

- Hermanito, siéntate a tocar un poquito el arpa mientras yo te preparo la comida.

El zarevich se sentó en un sillón y se puso a tocar el arpa. Cuando estaba tocando, salió un ratoncito de su cueva y le dijo con voz humana:

- ¡Sálvate, zarevich! ¡Huye a todo correr! Tu hermana está afilándose los dientes para comerte.

El zarevich Iván salió del palacio, montó a caballo y huyó a todo galope.

Entretanto, el ratoncito se puso a correr por las cuerdas del arpa, y la hermana, oyendo sonar el instrumento, no se imaginaba que su hermano había escapado. Afiló bien sus dientes, entró en la habitación y fue grande su desengaño al ver que estaba vacía; solo había un ratoncito que corriendo se metió en su cueva.

Se enfureció la bruja, rechinando los dientes con rabia, y echó a correr en persecución de su hermano. Oyó Iván el ruido, volvió la cabeza y viendo que su hermana casi lo alcanzaba sacudió el pañuelo y al instante se formó un profundo lago.

Mientras que la bruja lo atravesaba a nado, el zarevich Iván se alejó bastante. Ella se puso a correr aún con más rapidez. ¡Ya se acercaba!

Entonces Vertodub, comprendiendo al ver pasar corriendo al zarevich, que iba huyendo de su hermana, empezó a arrancar robles y a amontonarlos en el camino; hizo con ellos una montaña que no dejaba pasar a la bruja.

Pero esta se puso a abrirse camino royendo los árboles, y al final, aunque con gran dificultad, logró abrir un camino y pasar; pero el zarevich estaba ya lejos.

Corrió persiguiéndole con saña, y pronto se acercó a él; unos pocos pasos más y hubiera caído en sus garras.

Al ver esto, Vertogez se agarró a la más alta montaña y la volteó de tal modo que fue a caer en medio del camino entre ambos, e incluso colocó otra sobre ella. Mientras la bruja escalaba las montañas, el zarevich Iván siguió corriendo y pronto se vio lejos de allí. Mas la bruja atravesó las montañas y prosiguió la persecución.

Cuando le tuvo al alcance de su voz, le grito con alegría diabólica:

- ¡Ahora sí que no te escaparás!

Estaba ya muy cerca, muy cerca. Unos pasos más, y lo hubiera cogido.

Pero en aquel instante el zarevich llegó al palacio de la hermana del Sol y empezó a gritar:

- ¡Sol radiante, ábreme la ventanilla!

La hermana del Sol le abrió la ventana e Iván saltó con su caballo dentro.

Pidió la bruja que le entregasen a su hermano.

- Que venga a pesarse conmigo -dijo. Si peso más que él me lo comeré, y si él pesa más, que me mate.

El zarevich consintió y ambos se dirigieron a la báscula. Iván se sentó el primero en uno de los platillos, y apenas puso la bruja el pie en el otro, el zarevich dio un salto hacia arriba con tanta fuerza que llegó al mismísimo cielo y se encontró en otro palacio de la hermana del Sol.

Se quedó allí para siempre, y la bruja, no pudiendo cogerlo, se volvió atrás.


Aleksandr Nikolayevich Afanasiev
(Versión poetizada de Pedro Casas Serra)

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