2022-01-06 NO EXISTIR
soy el que ya comienza a no existir
y el que solloza todavía
ANTONIO GAMONEDA
Despuntaba la luz y era agradable moverse por la ciudad. Nadie en la calle y aquel ambiente tibio, que dejaba soñar con la alegría de un mundo tierno y rosa. Frente a la iglesia de las monjas y el colegio de los frailes pedófilos, un banco en el paseo. En el banco, un muchacho sentado, inmóvil, sin mirada en sus ojos abiertos. Una espina de acero gris, colgaba de su brazo.
Estaba oscuro, era la hora incierta que corre de la noche a la mañana. Un autocar en el semáforo esperaba a una colegiala. ¡Corre, que se va, niña!, oí gritar a mis espaldas. Un chirrido de frenos, y explotó el cuerpo como un globo que estalla. Siguió un silencio de miedo y de esperanza. Después, solo un larguísimo alarido.
Caían esas horas sosegadas, en que solo se espera la llamada a la mesa. Hacían obras en el edificio, tocaba descolgarse para arreglar el patio. Un mosquetón se abrió, gastado por el uso, y flotando, se deslizó la cuerda. Ícaro contra la gravedad, ángel sin alas, intentó inútilmente bracear en el aire siete pisos. Como una flor segada, aún caliente, yace lo que fue vida.
es la presencia inesperada de la muerte
un aire helado
que congela la imagen
y la preserva para siempre
y uno no entiende
qué extrañas circunstancias
se conjuraron para convocarla
qué ingredientes conforman esa pócima
que algunos beben pronto y otros tarde
no sé
supongo que podría como ellos haber muerto
si mi reloj vital
me hubiera conducido
a un encuentro fortuito
golpe de viento
que paraliza el corazón
nubla la vista y diluye el pensar
pero prosigo
más maltrecho
venciendo los obstáculos que salen a mi paso
de una carrera cuyo final presiento
tan asustado como el primer día
Pedro Casas Serra
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