2015-02-01 LA GESTA DEL GATO Y EL DRAGÓN
Para el Encuentro de Aires de Libertad en España 2015
Pues aquí reunidos
en tan fausta ocasión,
os cantaré la gesta
del gato y el dragón.
Érase un dragón
- de Comores, por cierto -
que nació de su especie
el más pequeño y tuerto.
Y también un minino
que aún no echaba los dientes,
ni garras afiladas
lucía de felino.
Pero estos dos estetas
brillaban en la red
luciendo sus encantos
de divinos poetas.
Un día se enzarzaron
en cruda discusión
por lograr de una dama
su altivo corazón.
Así el dragón bramaba
y rugía el felino,
y cada cual decía
la palabra más brava.
Por zanjar la cuestión,
indicoles la bella
se batieran en duelo
por obtenerla a ella.
Y así quedó resuelto
combatieran al alba,
que dicen que a esa hora
la ocasión pintan calva.
Al escoger padrinos,
los torpes contendientes,
prefirieron hacerlo
sin ojos y sin dientes.
No vieran de esta forma
su clara villanía
y fueran a contarlo
en internet un día.
Se pusieron de acuerdo
para elegir las armas:
uno las ofensivas,
otro las defensivas.
Pensó el dragón con tiento
que para protegerse,
le convenía mucho
al padre parecerse.
Y así, para esconder
su esmirriada figura,
una lupa eligió
para ganar altura.
El minino, a su vez,
se sabía indefenso
y no fió a la suerte
preservarse la tez.
Sin uñas y sin dientes,
creyó que en el ataque,
poco daño le haría
un débil mondadientes.
Cerrada la cuestión
y llegada la hora,
se iniciaba la lid
¡qué pavor! con la aurora.
Iban los dos cubiertos
de sendas armaduras
que no dejaban ver
¡ni así! de sus hechuras.
El gato tras su lupa
vio muy grande al dragón
y se dijo asustado:
¡de tripas, corazón!
Y el dragón temeroso
blandía el mondadientes
con un miedo horroroso
y castañeo de dientes.
Quiso mala fortuna
que por azar malvado,
entrara el mondadientes
por celada gatuna.
Y pinchole al minino
en su pobre nariz
quedando muy sentido
el gatito infeliz.
Estimaron los jueces
por los maullidos dados,
que el honor en cuestión
estaba ya saldado.
Y se fueron los seis
a tomar unas copas
y reponer la sangre
vertida en cuatro gotas.
Ésta es la real historia
que en su lecho de muerte,
me contó un contendiente
y nos llegó por suerte.
Otra cosa es lo que ambos
colgaron en la red,
que ya se sabe como
son los vates, ¡pardiez!
Pedro Casas Serra
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