martes, 19 de octubre de 2021

La vaquita parda (Cuentos populares rusos de Aleksandr Nikolayevich Afanasiev )

 LA VAQUITA PARDA

Érase el reino de un zar y una zarina que tenían una hija llamada María. Cuando murió la zarina, el zar se casó con una mujer llamada Yaguichno. De este matrimonio tuvo tres hijas; la mayor tenía un solo ojo; la segunda, dos; y tres, la tercera. La madrastra no quería a su hijastra María, y un día la vistió con un vestido viejo, le dio un pedacito de pan duro y la envió al campo a apacentar una vaquita parda.

La zarevna condujo a la vaquita a un prado verde, entró en la vaca por una oreja y salió por la otra, ya comida, bebida, lavada y engalanada.

Limpia y arreglada como una zarevna, todo el día cuidó de la vaquita, y cuando el sol se puso, María se quitó su vestido de gala, se puso sus andrajos, volvió con la vaquita a su casa y guardó el pedacito de pan duro en el cajón de la mesa.

“¿Qué es lo que habrá comido?” -pensó la madrastra. Al día siguiente, Yaguichno dio a su hijastra el mismo pedacito de pan duro y la envío a apacentar la vaquita; pero hizo que la acompañase su hija mayor, la que tenía un solo ojo, a la que dijo antes de marcharse:

- Mira, hija mía, qué come y bebe María, porque vuelve saciada sin haber probado el pan que le doy.

Llegadas las muchachas al prado, dijo María a su hermana:

- Ven hermanita; siéntate aquí a mi lado y apoya tu cabeza sobre mis rodillas, que te voy a peinar.

Y cuando apoyó la cabeza en sus rodillas, peinándola, dijo:

- No mires, hermanita; cierra tu ojito; duerme, hermanita mía, duerme, querida.

Cuando la hermana se durmió, se levantó María, se acercó a la vaquita, entró en ella por una oreja y salió por la otra comida, bebida y bien vestida, y todo el día, engalanada como una zarina, cuidó de la vaquita.

Cuando empezó a oscurecer, María se cambió de traje y despertó a su hermana, diciéndole:

- Levántate, hermanita; levántate, querida; es hora de volver a casa.

“¡Qué lástima!” -pensó la muchacha. He dormido todo el día, no he visto lo que ha comido y bebido María y ahora no sabré que decirle a mi madre cuando me pregunte.

Solo llegar a casa, Yaguichno preguntó a su hija:

- ¿Qué ha comido y bebido María?

- ¡No he visto nada, madre! -respondió la hija.

La madre la riñó, y a la mañana siguiente envió a su segunda hija, la que tenía dos ojos.

- Hija mía, ve y mira qué es lo que come y bebe María.

Cuando llegaron al campo, María dijo a su hermana:

- Ven aquí, siéntate a mi lado y apoya tu cabeza sobre mis rodillas, que te voy a hacer la trenza.

Cuando apoyó su cabeza, María le dijo:

- Cierra, hermanita, un ojo; cierra el otro también. Duerme, hermanita, duerme, querida mía.

La hermana cerró los ojos y se durmió hasta la noche y por consiguiente, no pudo ver nada.

El tercer día, Yaguichno envió a su tercera hija, la que tenía tres ojos, diciéndole:

- Observa bien qué come y bebe María Zarevna y cuéntamelo todo.

La dos llegaron al prado para apacentar a la vaquita parda, y María dijo a su hermana:

- ¿Quieres que te peine y te haga las trenzas?

- Házmelas, hermanita.

- Pues siéntate a mi lado y descansa tu cabeza en mis rodillas.

Cuando lo hizo, María Zarevna pronunció las mismas palabras de siempre.

- Cierra, hermanita, un ojo; cierra el otro también. Duerme, hermanita, duerme, querida mía.

Pero olvidó por completo el tercer ojo; así que dos dormían, pero el tercero observaba todo lo que María Zarevna hacía. Se arrimó esta a la vaquita, entró en ella por una oreja y salió por la otra, comida, bebida y bien vestida.

Apenas se escondió el Sol, María se cambió de vestido y despertó a su hermana:

-Levántate, hermanita, que es hora de volver a casa.

Llegaron a su casa y María guardó su cortecita de pan duro en el cajón de la mesa.

- ¿Qué ha comido María? -preguntó la madrastra a su hija.

La hija contó a su madre todo lo que había visto; llamó entonces esta al cocinero y le dio orden de matar a la vaquita parda. El cocinero obedeció y María Zarevna le suplicó:

- Por lo menos, abuelito, dame el rabo de la vaquita.

El viejo se lo dio; lo plantó ella en la tierra, y en poco tiempo creció un arbolito con unos frutos muy dulces, en el que se posaban muchos pájaros que cantaban canciones muy bonitas.

Un zarevih llamado Iván, oyendo hablar de las virtudes y belleza de María, se presentó un día
a la madrastra, y poniendo un gran plato sobre la mesa, le dijo:

- Se casará conmigo la muchacha que me llene de fruta este plato.

Envió la madrastra a coger la fruta a su hija mayor; pero los pájaros no le dejaban acercarse al árbol y por poco le pican el único ojo que tenía. Envió a las otras dos hijas; pero estas tampoco pudieron coger un solo fruto. Al final, fue María Zarevna, y apenas se acercó con el plato al árbol y empezó a coger frutos, se pusieron los pájaros a ayudarla, y mientras ella cogía uno, los pajaritos le tiraban al plato dos o tres.

En un momento el plato estuvo lleno. Puso entonces María Zarevna sobre la mesa el plato e hizo una reverencia al zarevich.

Prepararon la boda, se casaron, tuvieron grandes fiestas y vivieron muchos años felices y contentos.


Aleksandr Nikolayevich Afanasiev
(Versión poetizada de Pedro Casas Serra)

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