lunes, 4 de octubre de 2021

El gigante Verlioka (Cuentos populares rusos de Aleksandr Nikolayevich Afanasiev )

 EL GIGANTE VERLIOKA


Hace muchos, muchísimos años, vivía en una cabaña un anciano, con su mujer y sus dos nietas huérfanas, tan preciosas y dóciles que sus abuelos siempre las alababan.

Sembró un día el anciano su huerto con guisantes. Los guisantes crecieron, cubriéronse de flores; el anciano miraba su huerto satisfecho, pensando para sus adentros:

- “Todo el próximo invierno, podré comer pasteles con guisantes”.

Pero, para desgracia del anciano, invadieron el huerto los gorriones que se comían los guisantes. Viendo en peligro su cosecha, el anciano mandó a la menor de sus nietas para que dispersase a los gorriones, y ésta, provista de una rama, se fue al huerto y amenazaba a los gorriones, gritándoles:

- ¡Fuera, fuera, gorriones! ¡No os comáis los guisantes de mi abuelito!

Se oyó de pronto un espantoso ruido por el lado del bosque y apareció el gigante Verlioka. Su aspecto era terrible: tenía un solo ojo, la nariz ganchuda como un garfio, larguísima la barba y la cabeza cubierta de pelos como púas de puerco espín; se apoyaba en un cayado enorme y sonreía torvo con la boca torcida.

Cuando encontraba algún ser humano, lo estrechaba muy fuerte entre sus brazos hasta crujir sus huesos. No tenía piedad de viejos ni de jóvenes, igual acometía a cobardes que a valientes. Verlioka, apenas divisó a la nieta del anciano, la mató propinándole un gran golpe con su cayado.

El abuelo esperaba a la niña, y al ver que no volvía, envió a recogerla a su nieta mayor; pero Verlioka la mató también.

El anciano, cansado de esperarlas, le dijo a su mujer:

¿Por qué las niñas tardan tanto en volver? Se habrán entretenido charlando con los mozos. Mientras, los gorriones devoran mis guisantes. Ve y traelas a casa.

Cogió un bastón la anciana, salió al patio y se encaminó al huerto, donde encontró a sus nietas muertas; al ver a Verlioka, comprendió lo ocurrido, y llena de dolor, se tiró sobre él y se agarró a sus barbas, con lo que Verlioka la mató mucho más fácilmente.

Entretanto el anciano, que aguardaba impaciente, rezó sus oraciones y se fue despacito hacia el huerto para ver qué les había pasado a su mujer y a sus nietas. Y al llegar hasta allí, vio a sus queridas niñas tendidas en el suelo, como dormidas; pero una tenía la frente ensangrentada y en el cuello, la otra, marcados cinco dedos; en cuanto a su mujer, no era ni posible reconocerla.

El desgraciado viejo lloró con desconsuelo, gimiendo y lamentándose durante largo rato; mas poco a poco se tranquilizó, regresó a su cabaña, cogió un cayado fuerte construido de hierro, y con gran ira e ideas de venganza, fue a buscar a Verlioka para matarlo.

Después de andar bastante, llegó a un estanque donde nadaba una Oca sin cola, la cual al verle le empezó a gritar:

-¡Así! ¡Así! Estaba convencida de que vendrías; por eso te esperaba. ¿Cómo te va, abuelo?

- Buenos días, Oca. ¿Por qué me esperabas?

- Porque sabía que no perdonarías a Verlioka la muerte de tu esposa y de tus nietas.

- ¿Conoces a ese monstruo?

- ¡Ya lo creo! ¿Cómo no voy a conocerlo? Recuerdo un día en que pegaba en este mismo sitio a un desgraciado. Yo tenía la costumbre entonces de decir ¡ay!, ¡ay!, y mientras le pegaba, yo gritaba ¡ay!, ¡ay!, sentada en el agua. Entonces él, tras matar a aquel hombre, corrió hacia mí gritándome: “¡Ya te enseñaré yo a defender a otros!”. Me agarró por la cola, pero yo nunca he sido cobarde y haciendo un gran esfuerzo me escapé, dejando mi cola entre sus manos. Claro está que la cola no es algo imprescindible, pero, de todos modos, siento haberla perdido y nunca se lo perdonaré. Desde entonces no grito “¡Ay!, ¡ay!”, sino que siempre apruebo: “¡Así!, ¡así!; resultando que vivo más tranquila y la gente me respeta más. Todos dicen: “Esta Oca sin cola es muy lista”.

- Y bien -dijo el anciano; entonces, ¿podrás mostrarme dónde vive Verlioka?

- ¡Así! ¡Así! -contestó la Oca, y saliendo del agua, balanceándose sobre sus torpes patas, se encaminó delante del anciano.

Así anduvieron hasta que se encontraron en el camino una Cuerdecita, que les dijo:

- Buenos días, abuelito.

- Buenos días, Cuerdecita.

- ¿Cómo estás? ¿A dónde vas?

- No estoy ni bien ni mal, y voy a castigar a Verlioka, quien ha matado a mi mujer y a mis dos nietecitas. ¡Tan hermosas y buenas como eran!

- Conocí a tu esposa y a tus nietas. Quiero ayudarte. ¡Llévame contigo!

- Pues bien, ven con nosotros si conoces el camino.

La Cuerdecita se arrastró tras ellos como si fuese una culebra. Anduvieron los tres un buen rato y vieron a un Pisón, tendido en la cuneta, el cual les dijo:

- Buenos días, abuelito.

- Buenos días, Pisón.

- ¿Cómo estás? ¿A dónde vas?

- No estoy ni bien ni mal, y voy a castigar a Verlioka, quien ha matado a mi mujer y a mis dos nietecitas. ¿Si supieses qué hermosas y buenas eran!

- Llévame contigo y te ayudaré.

Bueno, anda si conoces el camino -le contestó el anciano, pensando: “Realmente, el Pisón podrá ayudarnos mucho!”.

El Pisón se apoyó con el asa en el suelo y se puso a caminar a saltos. Así anduvieron hasta encontrar a una Bellota que les dijo:

- Buenos días, abuelito.

- Buenos días, Bellota.

- A dónde vas?

- Voy a matar a Verlioka; no sé si lo conoces.

- Ya lo creo que lo conozco. Es necesario castigarlo; llévame contigo y te ayudaré.

- Pero tú, ¿para qué me vas a servir?

No me desprecies, abuelito. Acuérdate del proverbio que dice: No escupas en el pozo, pues beberás su agua.

El anciano pensó: “No importa que venga con nosotros: cuanta más gente seamos, mejor.

Y luego, en alta voz, le dijo:

Vente detrás.

Pero la Bellota se puso a saltar delante de todos.

Llegaron al fin a un bosque espeso y vieron una cabaña en la que no había nadie. Estaba apagada la lumbre del horno y en el hogar había un puchero lleno de gachas de mijo.

Se metió la Bellota de un salto en el puchero, la cuerdecita se tendió en la puerta, el Pisón se subió encima de esta, la Oca se sentó detrás de la estufa y se escondió el anciano en un rincón al lado de la puerta.

Pronto llegó Verlioka y se puso a encender el horno. Entonces la Bellota, desde dentro del puchero, empezó a cantar:

-¡Pi, pi, pi, han venido a matar a Verlioka!

- ¡Calla, papilla de mijo, o te echaré en el cubo! -exclamó Verlioka.

Pero siguió cantando la Bellota.

Verlioka se enfadó, cogió el puchero y de un golpe vertió las gachas en el cubo. Al choque, la Bellota saltó y le fue a dar en el único ojo a Verlioka, dejándole ciego. Quiso escapar Verlioka, pero apenas llegó al umbral, la cuerdecita se le enredó en los pies, cayendo al suelo.

Saltó el Pisón de encima de la puerta y el anciano se precipitó sobre Verlioka desde el rincón donde estaba escondido y los dos se pusieron ha pegarle. Mientras tanto la Oca, detrás de la estufa, aprobaba diciendo: “¡Así!, ¡así!, ¡así!”.

No le sirvió de nada a Verlioka su fuerza, pues el anciano y sus buenos amigos lo mataron, liberando a la gente de un monstruo tan horrible.



Aleksandr Nikolayevich Afanasiev

(Versión poetizada de Pedro Casas Serra)

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