miércoles, 27 de octubre de 2021

El adivino (Cuentos populares rusos de Aleksandr Nikolayevich Afanasiev )

 EL ADIVINO


Érase una vez un campesino pobre y muy astuto apodado Escarabajo, que quería adquirir fama de adivino.

Un día robó una sábana a una mujer, la escondió en un montón de paja y se empezó a alabar diciendo que él podía adivinarlo todo.

La mujer lo oyó y le pidió que adivinase dónde estaba su sábana. El campesino le preguntó:

- ¿Y qué me darás por mi trabajo?

- Una arroba de harina y una libra de manteca.

- Está bien.

Se puso a hacer como que meditaba, y luego le indicó el sitio donde estaba escondida la sábana.

Dos o tres días después desapareció un caballo a uno de los más ricos propietarios del pueblo. Escarabajo lo había robado y conducido al bosque, donde lo había atado a un árbol.

Mandó llamar el señor al adivino, y este, imitando los gestos de un verdadero mago, le dijo:

- Envía a tus criados al bosque; allí está tu caballo atado a un árbol.

Fueron al bosque, encontraron el caballo, y el agradecido propietario dio a al campesino cien rublos. Desde entonces creció su fama, extendiéndose por todo el país.

Entonces, por desgracia, ocurrió que al zar se le perdió su anillo nupcial, y por más que lo buscaron no lo pudieron encontrar.

El zar mandó llamar al adivino; los mensajeros llegaron a su pueblo, cogieron al campesino, lo sentaron en un coche y lo llevaron a la capital. Escarabajo, con gran miedo, pensaba así: “Ha llegado la hora de mi perdición. ¿Cómo podré adivinar dónde está el anillo? Se encolerizará el zar y me expulsarán del país o mandará que me maten”.

Lo llevaron ante el zar, y este le dijo:

- ¡Hola, amigo! Si adivinas dónde está mi anillo, te recompensaré bien; pero si no, haré que te corten la cabeza. Y ordeno que lo encerrasen en una habitación, diciendo a sus servidores:

- Que le dejen solo para que medite toda la noche y me dé la contestación mañana temprano.

Lo llevaron a la habitación y lo dejaron solo.

Se sentó el campesino en una silla y pensó para sus adentros: “¿Qué contestación daré al zar? Será mejor que espere la llegada de la noche y me escape; apenas canten los gallos tres veces huiré de aquí”.

El anillo del zar había sido robado por tres servidores de palacio; el uno era lacayo, el otro cocinero, y el tercero cochero. Hablaron entre sí los tres, diciendo:

- ¿Qué haremos? Si este adivino sabe que hemos sido nosotros los que hemos robado el anillo, nos condenarán a muerte. Lo mejor será ir a escuchar a la puerta de su habitación; si no dice nada, tampoco lo diremos nosotros; pero si nos reconoce como ladrones, no tenemos más remedio que rogarle que no nos denuncie al zar.

Así lo acordaron, y el lacayo se fue a escuchar a la puerta. Se oyó de pronto por primera vez el canto del gallo, y el campesino exclamó:

- Gracias a Dios! Ya está uno; hay que esperar a los otros dos.

Al lacayo se le paralizó el corazón de miedo. Acudió a sus compañeros, diciéndoles:

- ¡Oh amigos, me ha reconocido! Apenas me acerqué a la puerta, exclamó: “Ya está uno; hay que esperar a los otros dos”,

- Oíd, ahora iré yo -dijo el cochero; y se fue a escuchar a la puerta.

En aquel momento los gallos cantaron por segunda vez, y el campesino dijo:

- ¡Gracias a Dios! Ya están dos; hay que esperar solo al tercero.

El cochero llegó junto a sus compañeros y les dijo:

- ¡Oh amigos, también me ha reconocido!

Entonces el cocinero les propuso:

- Si me reconoce también a mí, iremos los tres, nos echaremos a sus pies y le rogaremos que no nos denuncie y no cause nuestra perdición.

Fueron los tres a la habitación, y el cocinero se acercó a la puerta para escuchar. De pronto cantaron los gallos por tercera vez, y el campesino exclamó, persignándose:

- ¡Gracias a Dios! ¡Ya están los tres!

Y se lanzó hacia la puerta con intención de huir del palacio; pero los ladrones salieron a su encuentro y se echaron a sus pies suplicándole:

- Nuestras vidas están en tus manos. No nos pierdas; no nos denuncies al zar. Aquí tienes el anillo.

- Bueno; por esta vez os perdono -contestó el adivino.

Tomó el anillo, levantó una plancha del suelo y lo escondió debajo.

Por la mañana el zar hizo venir al adivino y le preguntó:

- ¿Has pensado bastante?

- Sí y ya sé dónde se halla el anillo. Se te ha caído, y rodando se ha metido debajo de esta plancha.

Quitaron la plancha y sacaron de allí el anillo. El zar recompensó generosamente a nuestro adivino; ordenó que le diesen de comer y beber y se fue a dar una vuelta por el jardín.

Cuando paseaba por una vereda, vio un escarabajo, lo cogió y volvió a palacio.

- Oye -dijo al campesino; si eres adivino, tienes que adivinar qué es lo que tengo encerrado en mi puño.

El campesino se asustó y murmuró entre dientes:

- Escarabajo, ahora sí que estás cogido por la mano poderosa del zar.

- ¡Es verdad! ¡Has acertado! -exclamó el zar.

Y dándole aún más dinero, le dejó irse a su casa colmado de honores.


Aleksandr Nikolayevich Afanasiev
(Versión poetizada de Pedro Casas Serra)

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