lunes, 11 de octubre de 2021

El sol, la luna y el cuervo (Cuentos populares rusos de Aleksandr Nikolayevich Afanasiev )

 EL SOL, LA LUNA Y EL CUERVO


Érase un matrimonio anciano que tenía dos hijas y un hijo. Un día fue el marido al granero; cogió un saco, lo llenó de trigo y se lo llevó a su casa; pero no reparó en que el saco tenía un agujero, por el que el trigo iba saliendo esparciéndose por el camino.

Cuando llegó a su casa, su mujer le preguntó:

- ¿Dónde está el grano? El saco está vacío.

Tuvieron que recoger del suelo el grano esparcido, y el marido, gimiendo, decía mientras trabajaba:

- Si el buen Sol me calentase con sus rayos, la Luna me alumbrase y el sabio Cuervo me ayudase a recoger el grano, daría mi hija mayor al Sol en matrimonio, al sabio Cuervo le daría la segunda y a la Luna la casaría con mi hijo.

No había acabado de decir esto, cuando el Sol lo calentó, la Luna le alumbró y el Cuervo le ayudó a recoger los granos. Satisfecho volvió el viejo a casa y dijo a la mayor de sus hijas:

- Vístete con tus mejores ropas y ve a sentarte a la puerta de la casa.

Le obedeció su hija; se vistió lo mejor posible y fue a sentarse a la puerta de la casa. En cuanto vio a la hermosa joven, el Sol se la llevó a su casa.

Ordenó luego el padre lo mismo a su segunda hija, que se puso su mejor vestido y se fue al patio; y no había aún pisado el umbral de la puerta, cuando el Cuervo apareció, la cogió con sus garras y la llevó a su reino.

Llegó el turno del hijo, a quien el padre dijo:

- Ponte tu mejor traje y sal a la puerta.

La Luna entonces, al ver al muchacho, se enamoró de él y lo condujo a su palacio.

Algún tiempo después, el padre sintió deseos de ver a sus hijos, y se dijo para sus adentros: “Me gustaría visitar a mis yernos y a mi nuera”.

Y sin pensarlo más, andando, andando, llegó a casa del Sol.

- ¡Hola, suegro mío! ¿Cómo te va? ¿Quieres que te convide? -dijo el Sol.

Y antes de que el viejo respondiera, ordenó a su mujer que hiciese buñuelos.

Cuando la masa estaba a punto, el Sol se sentó en el suelo, su mujer puso la sartén sobre su cabeza y en un abrir y cerrar de ojos, se frieron los buñuelos. Regalaron con ellos al padre, quien después de descansar un poco, se despidió de su yerno y de su hija.

Vuelto a su casa, pidió a su mujer que hiciera buñuelos; ella quiso encender la lumbre, pero su marido la detuvo gritando:

- ¡No hace falta!

Y se sentó en el suelo diciendo que le pusiera la sartén con los buñuelos sobre la cabeza.

- ¿Qué dices hombre? ¿Te has vuelto loco? -exclamó la mujer.

- ¿Tú qué sabes de esto! -le contestó el marido. Tú ponlos y verás cómo se fríen.

Hizo la mujer lo que le mandaba; pero después de pasar un buen rato con la sartén sobre la cabeza, los buñuelos no se frieron sino que se agriaron.

- ¡Ves qué estúpido eres! -le gritó la mujer enfadada.

Unos días después, el padre fue a visitar a su nuera la Luna. Tras andar mucho tiempo, llegó a la medianoche; la preguntó la Luna:

- ¿A qué quieres que te convide?

- A nada -respondió. No tengo hambre, estoy cansado.

La Luna, entonces, para que descansase, le propuso que tomase un baño caliente, pero él le contestó:

- No, porque al ser de noche, no me veré en el baño.

- ¡No te apures por eso! -le contestó la Luna-; yo te procuraré luz.

Cuando el agua estaba ya caliente, fue el buen viejo a bañarse, y la Luna, descubriendo un agujero en la puerta, metió por él un dedo e iluminó la habitación.

Salió el hombre del baño muy satisfecho, y después de pasar unos días en casa de la Luna, se despidió y se puso en camino.

Ya en su casa, aguardó la llegada de la noche y mandó a su mujer que calentase el baño. Cuando estaba caliente, le propuso a ella bañarse.

- No -dijo la mujer. ¿No ves, tonto, que el cuarto está oscuro como boca de lobo?

- Tú báñate, que yo te procuraré luz.

La mujer se fue al baño, mientras que el viejo, acordándose de lo que había hecho la Luna, se fue tras ella al baño, hizo en la puerta un agujero con un hacha, y metió un dedo por él. Pero no pudo iluminar el baño, y su mujer, al encontrarse a oscuras, lo colmaba de injurias.

Decidió por fin ir a ver a su yerno, el sabio Cuervo. Lo acogió este muy afablemente y le preguntó:

- ¿A qué quieres que te convide?

- No quiero comer nada -dijo el suegro-; solo quiero dormir, pues tengo mucho sueño.

- Pues vamos a dormir -dijo el Cuervo.

Y colocando una escalera para que subiera el anciano por ella, lo hizo sentar en un palo que cruzaba el cuarto sirviendo de posadero, y lo tapó con un ala; pero el viejo, al dormirse, perdió el equilibrio, cayó al suelo y se mató.



Aleksandr Nikolayevich Afanasiev

(Versión poetizada de Pedro Casas Serra)

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