miércoles, 13 de octubre de 2021

El pez de oro (Cuentos populares rusos de Aleksandr Nikolayevich Afanasiev )

 EL PEZ DE ORO


En una isla muy lejana, llamada isla Buián, había una cabaña pequeña y vieja que servía de albergue a un anciano y su mujer. Vivían en la mayor pobreza; todos sus bienes se reducían a la cabaña y a una red que él mismo había hecho, y con la que iba a pescar todos los días, como único medio de procurarse el sustento de ambos.

Un día echó su red en el mar, tiró de ella y pesaba extraordinariamente. Esperando una buena pesca, se puso muy contento; pero al recoger la red vio que estaba vacía; a fuerza de registrar, solo encontró un pez pequeño. Al tratar de cogerlo vio asombrado que era un pez de oro; y su asombro creció al oír que el Pez, con voz humana, le suplicaba:

- No me cojas, abuelito; devuélveme al mar y te podré ser útil dándote lo que me pidas.

Meditó un rato el anciano, y le contestó:

- No necesito nada de ti; vive en paz en el mar. ¡Anda!

Y echó el pez de oro al agua.

Al volver a la cabaña, su mujer, que era muy ambiciosa y soberbia, le preguntó:

- ¿Qué tal ha ido la pesca?

- Mal -contestó-; solo pude coger un pez de oro, tan pequeño que, al oír sus súplicas para que lo soltase, me dio lástima y lo dejé en libertad a cambio de la promesa de que me daría lo que le pidiese.

¡Oh, viejo tonto! Tuviste entre tus manos una gran fortuna y no supiste conservarla.

Y se enfadó de tal modo la mujer que todo el día estuvo riñendo a su marido, no dejándole en paz ni un solo instante.

- Si al menos, ya que nada pescaste, le hubieses pedido un poco de pan, tendríamos algo que comer; pero, ¿qué comeremos ahora si en casa no hay ni una migaja?

Al final el marido, no pudiendo soportarla más, se fue en busca del pez de oro; se acercó a la orilla del mar y exclamó:

- ¡Pececito, pececito! ¡Ponte con la cola hacia el mar y con la cabeza hacia mí!

Se arrimó el pez a la orilla y le dijo:

- ¿Qué quieres, buen viejo?

- Mi mujer se ha enfadado conmigo por haberte soltado y me ha mandado que te pida pan.

- Bien, vete a casa, que el pan no os faltará.

Volvió el anciano a su casa, y pregunto a su mujer:

- ¿Cómo van las cosas, mujer? ¿Tenemos pan bastante?

- Pan hay de sobra, porque está el cajón lleno -dijo la mujer-; pero nos hace falta es una artesa nueva, porque se ha hendido la madera de la que tenemos y no podemos lavar la ropa; ve y dile al pez de oro que precisamos una artesa nueva.

El viejo se dirigió a la playa otra vez y llamó:

- ¡Pececito, pececito! ¡Ponte con la cola hacia el mar y con la cabeza hacia mí!

Se arrimó el Pez a la orilla y le dijo:

- ¿Qué necesitas, buen viejo?

- Mi mujer me mandó pedirte una artesa nueva.

De vuelta a su casa, cuando apenas había pisado el umbral, le salió su mujer gritándole:

- Ve enseguida a pedirle al pez de oro que nos regale una cabaña nueva; no se puede vivir en la nuestra, porque apenas se tiene de pie.

Se fue el marido a la orilla del mar y gritó:

- ¡Pececito, pececito! ¡Ponte con la cola hacia el mar y con la cabeza hacia mí!

El pez nadó hacia la orilla y le preguntó:

- ¿Qué necesitas ahora, viejo?

- Constrúyenos una nueva cabaña; mi mujer no me deja vivir, riñéndome y diciéndome que no quiere vivir más en la vieja, porque amenaza hundirse de un día a otro.

- No te entristezcas. Vuelve a tu casa y reza, que todo estará hecho.

Volvió el anciano a casa y vio lleno de asombro que en lugar de la vieja había una cabaña hecha de roble con adornos de talla.

Corrió a su encuentro su mujer, y riñéndolo e injuriándolo más enfadada que nunca, le gritó:

- ¡Qué viejo más estúpido eres! No sabes aprovecharte de la suerte. Has conseguido una cabaña nueva y creerás que has hecho algo importante. ¡Imbécil! Ve otra vez al mar y dile al pez de oro que no quiero ser campesina por más tiempo, que quiero ser mujer de gobernador para que me obedezca la gente y me salude con reverencia.

Se dirigió de nuevo el anciano a la orilla del mar y llamó en alta voz:

- ¡Pececito, pececito! ¡Ponte con la cola hacia el mar y con la cabeza hacia mí!

Se arrimó el Pez a la orilla como otras veces y dijo:

- ¿Qué quieres, buen viejo?

Este le contestó:

- Mi mujer no me deja en paz; se ha vuelto loca; dice que no quiere ser campesina, que quiere ser mujer de gobernador.

- Bien, no te apures; vete a tu casa y reza a Dios, que yo lo arreglaré todo.

Volvió a casa el anciano y al llegar, vio que en lugar de la cabaña se alzaba una magnifica casa de piedra de tres pisos; la servidumbre corría apresurada por el patio; los cocineros preparaban la comida en la cocina, mientras que su mujer, sentada en un sillón, vestida con un traje de brocado, daba órdenes a la servidumbre.

- ¡Hola, mujer! ¡Ya estás contenta! -dijo el marido.

- ¿Cómo osas llamarme tu mujer, a mí que soy mujer de un gobernador? -Y dirigiéndose a sus servidores les ordenó-: Coged a ese miserable campesino que pretende ser mi marido y llevadlo a la cuadra para que lo azoten bien.

En seguida acudió la servidumbre, cogieron por el cuello al pobre viejo y lo arrastraron a la cuadra, donde los mozos lo azotaron y apalearon de tal modo que con dificultad pudo después ponerse en pie.

La cruel mujer, tras esto, le nombró barrendero de la casa y le dieron una escoba para que barriese, con el encargo de que todo estuviese siempre limpio.

Empezó para el pobre anciano una existencia llena de humillaciones; tenía que comer en la cocina y todo el día estaba barriendo, pues si cometía la menor falta lo castigaban, apaleándolo en la cuadra.

- ¡Qué mala mujer! -Pensaba el desgraciado-. He conseguido para ella todo lo que ha deseado y me trata del modo más cruel, llegando hasta negar que sea su marido.

Sin embargo, no duró mucho aquello, porque la vieja se aburrió de su papel de mujer de gobernador.

Llamó al anciano y le ordenó:

- Ve, viejo tonto, y dile al pez de oro que no quiero ser más mujer de gobernador; que quiero ser zarina.

Se fue el anciano a la orilla del mar y exclamó:

- ¡Pececito, pececito! ¡Ponte con la cola hacia el mar y con la cabeza hacia mí!

El Pez de oro se arrimó a la orilla y dijo:

- ¿Qué quieres, buen viejo?

- ¡Ay, pobre de mí! Mi mujer se ha vuelto aún más loca; ahora no quiere ser mujer de gobernador; quiere ser zarina.

- No te apures. Vuelve a casa y reza a Dios. Todo estará hecho.

Volvió el anciano a casa, pero en su sitio vio elevarse un magnífico palacio cubierto con un tejado de oro; en la puerta montaban guardia los centinelas; se extendía detrás del palacio un hermosísimo jardín, y delante había una explanada en la que estaba formado un gran ejército. La mujer, engalanada como una zarina, salió al balcón seguida de nobles y generales y se puso a pasar revista a sus tropas. Redoblaron los tambores; los músicos tocaron el himno real y los soldados lanzaron hurras ensordecedoras.

A pesar de esta magnificencia, al poco tiempo la mujer se aburrió de ser zarina y mandó que buscasen al anciano y lo trajesen a su presencia.

Generales y nobles se pusieron en movimiento, corriendo apresurados de un lado a otro, diciendo: ¿Qué viejo será ese?

Con gran dificultad, lo encontraron al fin en un corral y lo llevaron ante la zarina, que le gritó:

- ¡Ve, viejo tonto; ve enseguida a la orilla del mar y dile al pez de oro que no quiero ser más una zarina; quiero ser la diosa de los mares, para que todos los mares y los peces me obedezcan!

El buen viejo quiso negarse, pero su mujer le amenazó con cortarle la cabeza si se negaba a obedecerla. Con el corazón oprimido se dirigió el anciano a la orilla del mar, y una vez allí, exclamó:

- ¡Pececito, pececito! ¡Ponte con la cola hacia el mar y con la cabeza hacia mí!

Pero no apareció el pez de oro; por segunda vez lo llamó el anciano, pero tampoco vino. Lo llamó por tercera vez, y de repente el mar se alborotó, se levantaron grandes olas y se oscureció el agua hasta volverse negra.

Entonces el Pez de oro se arrimó a la orilla y dijo:

- ¿Qué más quieres, buen viejo?

El pobre anciano le contestó:

- No sé qué hacer con mi mujer; está furiosa conmigo y me ha amenazado con cortarme la cabeza si no vengo a decirte que ya no le basta con ser una zarina; que quiere ser diosa de los mares, para mandar en todos los mares y gobernar a todos los peces.

Esta vez el pez no respondió nada al anciano; se volvió y desapareció en las profundidades del mar.

El desgraciado viejo regresó a su casa y se quedó lleno de asombro. El magnífico palacio había desaparecido y en su lugar se hallaba otra vez la primitiva cabaña vieja y pequeña, en la cual su mujer estaba sentada con unas ropas pobres y remendadas.

Tuvieron que volver a su vida de antes, dedicándose el viejo a la pesca de nuevo, y aunque todos los días echaba su red al mar, nunca volvió a pescar al pez de oro.



Aleksandr Nikolayevich Afanasiev

(Versión poetizada de Pedro Casas Serra)

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