viernes, 29 de octubre de 2021

Gorrioncito (Cuentos populares rusos de Aleksandr Nikolayevich Afanasiev )

 GORRIONCITO


Un matrimonio viejo que no tenía hijos rezaba a Dios todos los días para tenerlos; pero Dios, sordo a sus súplicas, no les concedía la gracia de un hijo.

Un día se fue el marido al bosque a recoger setas y se encontró a un viejecito que le dijo:

- Yo sé cuál es la pena que escondes en tu corazón y cuánto deseas tener hijos. Óyeme bien: ve al pueblo, pide en cada casa un huevo; coge luego una gallina, hazla sentar sobre ellos para que los empolle y ya verás lo que sucede.

Volvió el anciano al pueblo, que tenía cuarenta y una casas; en cada una de ellas entró y pidió un huevo, y luego, volviendo a la suya, cogió una gallina y le hizo empollar los cuarenta y un huevos.

Pasadas dos semanas, fueron al gallinero los ancianos, y cuál no sería su asombro al ver que de los huevos habían nacido cuarenta niños fuertes y robustos y uno pequeño y débil.

Puso el padre a cada uno un nombre; pero al llegar al último, ya no se le ocurrió qué nombre ponerle. Entonces, atendiendo a que era el pequeño; dijo:

- Como no tengo nombre para ti, te llamaré Gorrioncito.

Los niños crecieron con tal rapidez que pocos días después de nacer pudieron ya ayudar a sus padres. Eran unos muchachos guapísimos y trabajadores; cuarenta de ellos labraban el campo y Gorrioncito hacía los trabajos de casa.

Llegó la siega y los hermanos se fueron a guadañar y hacer haces de heno. Pasaron una semana en los campos y luego volvieron a casa, cenaron y se acostaron. El anciano los contempló y dijo gruñendo:

- ¡Oh juventud indolente! Comen mucho, duermen más y seguro que no han trabajado nada.

- Padre, antes de juzgar, ve a ver -dijo Gorrioncito.

El anciano se vistió, fue a los campos y vio con satisfacción que estaban ya listos cuarenta grandes haces de heno.

- ¡Qué valientes son mis chicos! ¡Cuánto heno han guadañado en una semana y qué haces tan grandes han hecho! -exclamó.

Fue tan grande su deseo de admirar sus bienes, que al día siguiente fue de nuevo a los campos; llegó allí y vio que faltaba un haz. Preocupado, volvió a su casa, y dijo a sus hijos:

- ¡Oh hijos mío! ¡Ha desaparecido un haz de heno!

- No importa, padre. Nosotros cogeremos al ladrón -le contestó Gorrioncito. Dame cien rublos; yo sé lo que tengo que hacer.

Cogió los cien rublos y se dirigió a la herrería.

- ¿Puedes -dijo al herrero- forjar una cadena con la que atar a un hombre desde los pies hasta la cabeza?

- ¿Por qué no? -contestó el herrero.

- Pues hazme una, pero que sea resistente. Si resulta fuerte te pagaré cien rublos; pero si se rompe no cobrarás ni un kopec.

Forjó el herrero una cadena de hierro. Gorrioncito se ató con ella el cuerpo, se dobló luego por la cintura y la cadena se rompió. El herrero forjó otra mucho más fuerte, que resistió todas las pruebas, y Gorrioncito la cogió, pagó por ella cien rublos y se dirigió a los campos para montar guardia a los haces de heno. Se sentó al lado de uno de ellos y se puso a esperar.

Justo a media noche se levantó el viento, se alborotó el mar y surgió de sus profundidades una yegua hermosísima que se acercó al primer haz y empezó a devorar el heno. Gorrioncito corrió hacia ella, la sujetó con la cadena de hierro y montó a caballo en su lomo.

La yegua, enfurecida, echó a correr por valles y montes; pero, a pesar de esto, permaneció el jinete como clavado en su sitio. Al fin, cansada de correr, la yegua se paró y dijo:

- ¡Oh joven valeroso! Ya que has podido domarme, sé tú el amo de mis potros.

Se acercó a la orilla del mar y relinchó estrepitosamente. El mar se alborotó y salieron a la orilla cuarenta y un caballos tan magníficos, que en todo el mundo no se hallarían otros semejantes.

Por la mañana, el padre de Gorrioncito, oyendo un pataleo y un relinchar estrepitoso en el patio, salió asustado a ver lo que pasaba.

Era su hijo que regresaba a casa acompañado de aquella recua de caballos.

- ¡Hola, hermanos! -exclamó. Aquí traigo un caballo para cada uno; vámonos a buscar novia.

- ¡Vámonos! -contestaron todos.

Les dieron su bendición los padres y todos los hermanos se pusieron en camino.

Durante mucho tiempo anduvieron por el mundo, pues no era cosa fácil encontrar tantas novias. Además, no querían separarse y casarse con jóvenes que pertenecieran a distintas familias, para no tener suerte distinta cada uno, y no era fácil encontrar a una madre que pudiera alabarse de tener cuarenta y una hijas.

Al fin llegaron a un país muy lejano y vieron un espléndido palacio, todo de piedra blanca, que se elevaba en una altísima montaña. Lo cercaba un alto muro y a la entrada había clavados unos postes de hierro. Los contaron y eran cuarenta y uno.

Ataron a estos postes sus caballos y entraron en el patio.

Salió a su encuentro la bruja Baba-Yaga, que les gritó:

- ¿Quién os ha invitado a entrar? ¿Cómo habéis osado atar vuestros caballos a los postes sin pedirme permiso?

- ¡Vaya, vieja! ¿Por qué gritas tanto? Primero danos de comer y beber y caliéntanos el baño; luego podrás hacernos tus preguntas.

Baba-Yaga les dio de comer y beber, les calentó el baño y después empezó a preguntarles:

- Decidme, valerosos jóvenes, estáis buscando algo o solo camináis por el gusto d pasear?

- Buscamos una cosa, abuelita.

- ¿Y qué es?

- Buscamos novias para todos.

- ¡Pero si yo tengo cuarenta y una hijas! -exclamó Baba-Yaga.

Corrió a la torre y pronto volvió seguida de cuarenta y una jóvenes.

Los hermanos, encantados, solicitaron permiso para casarse con ellas, y enseguida lo obtuvieron y celebraron la boda con un alegre festín.

Al anochecer, Gorrioncito fue a ver qué tal estaba su caballo, y este, al acercársele su amo, le dijo con voz humana:

- ¡Cuidado amo! Cuando os acostéis con vuestras jóvenes esposas no olvidéis cambiar con ellas los vestidos; poneos los de ellas y vestidlas a ellas con los vuestros; si no, moriréis todos.

Contó Gorriencito esto a sus hermanos, y al llegar la noche todos vistieron a sus jóvenes esposas con sus trajes, poniéndose ellos los de estas, y así se acostaron. Pronto todos dormían profundamente; solo Gorrioncito permaneció vigilante si cerrar los ojos.

A media noche grito Baba-Yaga con voz espantosa:

- ¡Hola, mis fieles servidores! Venid y cortad la cabeza a los inoportunos visitantes!

Los fieles servidores acudieron en un instante y cortaron la cabeza a las hijas de Baba-Yaga.

Gorrioncito despertó a sus hermanos y les explicó lo ocurrido; cogieron las cabezas cortadas de sus esposas, las colocaron en los postes de hierro que adornaban la entrada, ensillaron sus caballos y huyeron de allí a todo galope.

Por la mañana la bruja se levantó, miró por la ventana y, ¡oh desgracia!, las cabezas de sus hijas estaban colocadas en los postes de hierro. Se enfureció, ordenó que le diesen su escudo abrasador, y se lanzó en persecución de los jóvenes echando fuego y quemando con su escudo todo cuanto hallaba a su paso.

Los hermanos, asustados, no sabían dónde esconderse. Frente a ellos se extendía el mar, y a sus espaldas la bruja quemaba todo con su escudo ardiente. La salvación era imposible. Pero Gorrioncito era sagaz y astuto: durante su estancia en el palacio de Baba-Yaga le había robado un pañuelo. Lo sacudió y apareció un puente que se tendía de una orilla a la otra. Los jóvenes atravesaron a galope el mar por el puente, y pronto se vieron en la orilla opuesta. Gorrioncito sacudió el pañuelo hacia atrás y el puente desapareció.

Baba-Yaga tuvo que volver a su casa y los hermanos llegaron sanos y salvos a la casa de sus padres, que los acogieron llenos de alegría.


Aleksandr Nikolayevich Afanasiev
(Versión poetizada de Pedro Casas Serra)

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