domingo, 3 de octubre de 2021

La rana zarevna (Cuentos populares rusos de Aleksandr Nikolayevich Afanasiev )

 

LA RANA ZAREVNA


Un zar tenía tres hijos. Los tres eran solteros, jóvenes y valientes. El menor se llamaba el zarevich Iván.

Un día les dijo el zar:

- Queridos hijos: Disparad una flecha con vuestro arco y donde caiga, iréis a escoger novia para casaros.

La flecha del mayor cayó en el patio de un boyardo, frente a la torre donde vivían las mujeres; la flecha del segundo fue a clavarse en casa de un comerciante que tenía una hija. Soltó la flecha Iván, y cayó en un pantano al lado de una rana.

El zarevich Iván, atribulado, dijo a su amado padre:

- ¿Cómo podré casarme con una rana, padre mío?

- ¡Cásate, ya que tal ha sido tu suerte! – le contestó el zar.

Se casaron los tres: el mayor, con la hija del boyardo; el segundo, con la del comerciante, e Iván, con la rana.

Tiempo después, el zar les ordenó:

- Que vuestras mujeres me hagan un pan blanco y tierno.

Regresó a su palacio Iván Zarevich, muy triste y pensativo.

- ¡Kwa, kwa, Iván Zarevich! ¿Por qué estás triste? – le pregunto la Rana. ¿Acaso te ha dicho tu padre algo desagradable o se ha enfadado contigo?

- ¿Cómo no voy a estar triste? Mi señor padre quiere que le hagas un pan blanco y tierno.

- ¡No te apures, zarevich! Acuéstate y duermete tranquilo. Por la mañana se es más sabio que por la noche – le dijo la Rana.

Acostose el zarevich y se durmió profundamente; la Rana se quitó la piel y transformose en una hermosa joven llamada Basilisa la Sabia, fue al patio y exclamó en voz alta:

- ¡Criadas! ¡Preparadme un pan blanco y tan tierno como el que comía en casa de mi querido padre!

Por la mañana, cuando se despertó el zarevich Iván, la Rana ya tenía el pan hecho, y era tan blanco y delicioso que no podía imaginarse nada igual.

El zarevich Iván presentó el pan al zar; este quedó muy satisfecho y le dio las gracias; pero enseguida ordenó a sus tres hijos:

- Que en una sola noche vuestras mujeres me tejan cada una una alfombra.

Regresó a su palacio Iván Zarevich, muy triste y pensativo, y se dejó caer en un sillón con desaliento.

- ¡Kwa, kwa, Iván Zarevich! ¿Por qué estás triste? – le pregunto la Rana. ¿Acaso te ha dicho tu padre algo desagradable o se ha enfadado contigo?

- ¿Cómo no voy a estar triste, cuando mi señor padre ha ordenado que tejas una alfombra de seda en una noche?

- ¡No te apures, zarevich! Acuéstate y duermete tranquilo. Por la mañana se es más sabio que por la noche.

Acostose el zarevich y se durmió profundamente; la Rana se quitó la piel y convertida en Basilisa la Sabia, fue al patio y exclamó:

- ¡Impetuoso viento! ¡Tráeme aquí la alfombra sobre la que solía sentarme en casa de mi querido padre!

Por la mañana, cuando se despertó el zarevich Iván, la Rana ya tenía la alfombra tejida, y era esta tan bella como ninguna otra.

Al recibirla el zar, muy asombrado, dio las gracias a Iván; no contento con esto, ordenó a sus tres hijos presentarse ante él con sus mujeres.

De nuevo regresó a su palacio Iván Zarevich, muy triste y pensativo, y echado en un sillón, apoyaba su mano en su cabeza.

- ¡Kwa, kwa, Iván Zarevich! ¿Por qué estás triste? ¿Acaso te ha dicho tu padre algo desagradable o se ha enfadado contigo?

- ¿Cómo no voy a estar triste? Mi señor padre ha ordenado que te lleve conmigo ante él.

- No te apures, zarevich. Ve tú solo, que yo iré más tarde; en cuanto escuches truenos y veas temblar la tierra, diles a todos: “Es mi Rana, que viene en su cajita”.

Se fue solo a palacio Iván Zarevich. Llegaron sus hermanos mayores con sus mujeres engalanadas, y al verlo solo, empezaron a burlarse de él, diciendo:

- ¿Y tu mujer? ¿Cómo es que no ha venido?

- ¿Por qué no la has traído envuelta en un pañuelo mojado?

De pronto, retumbó un trueno tan fuerte, que hizo temblar todo el palacio; los convidados se asustaron sin saber qué hacer, pero Iván les dijo:

- No tengáis miedo: es mi Rana, que viene en su cajita.

Llegó al palacio un carruaje dorado tirado por seis caballos alazanos, y de él se apeó la Sabia Basilisa, tan bella, que imposible sería imaginar otra más bella. Del brazo del zarevich, se dirigieron a la mesa dispuesta para la comida. Se sentaron también los demás convidados; bebieron y comieron y se divirtieron mucho.

La Sabia Basilisa bebió un poquito de su vaso y el resto se lo echó en la manga izquierda; comió un poquito de cisne y los huesos los guardó en la manga derecha. Sus cuñadas, al ver estos manejos, hicieron otro tanto.

Al bailar Basilisa la Sabia con su marido, sacudió su mano izquierda y se formó un lago; sacudió la derecha y aparecieron unos preciosos cisnes blancos en el agua ; el zar y sus convidados quedaron asombrados. Al salir a bailar las otras nueras, quisieron imitar a Basilisa: sacudieron la mano izquierda y salpicaron de agua a los convidados; sacudieron la derecha y golpearon al zar con un hueso en un ojo. El zar se enfadó mucho y las echó de palacio.

Mientras, Iván Zarevich, escogiendo un momento propicio, fue corriendo a su casa, buscó la piel de rana y, encontrándola, la quemó. Al volver, Basilisa la Sabia buscó la piel, y al comprobar su ausencia, se entristeció y le dijo al zarevich:

- ¡Oh, Iván Zarevich! ¿Qué has hecho, desgraciado? Si hubieses aguardado un poquitín más habría sido tuya para siempre, pero ahora, ¡adiós! Encuéntrame a mil leguas de aquí; y antes de hallarme tendrás que haber gastado tres pares de botas de hierro y comido tres panes de hierro. Si no, no me encontrarás.

Y al decir esto, se transformó en un cisne blanco y volando salió por la ventana.

Iván Zarevich rompió en un llanto desconsolado, rezó, se puso unas botas de hierro y se marchó en busca de su mujer. Anduvo largo tiempo y encontró a un viejecito que le preguntó:

- ¡Valiente joven! ¿Dónde vas y qué buscas?

El zarevich Iván le contó su desdichada historia.

- ¡Oh, Iván Zarevich! - exclamó el viejo - ¿Por qué quemaste la piel de la Rana? ¡Si no eras tú quien se la había puesto, no eras tú quien tenía que quitársela! El padre de Basilisa, al ver que esta le excedía en astucia desde su nacimiento, la condenó a vivir como una rana durante tres años. Aquí tienes una pelota – continuó -; tómala, tírala y síguela sin temor por donde vaya.

Iván Zarevich dio las gracias al anciano, tomó la pelota, la tiró y se fue siguiéndola.

Transcurrió mucho tiempo, y un día la pelota dio contra una cabaña que estaba colocada sobre tres patas de gallina y giraba sobre ellas sin cesar. Iván Zarevichh dijo:

- ¿Cabaña, cabañita! ¡Pon la espalda hacia el bosque y la puerta hacia mí!

La cabaña obedeció; entró en ella Iván y se encontró a la bruja Baba-Yaga, con sus piernas huesudas y su nariz colgante, afilando sus dientes. Al entrar el zarevich, gruñó y salió enfadada a su encuentro:

¡Fiú, fiú! ¡Aquí hasta ahora ni se vio ni se olió a ningún hombre, y he aquí que uno se ha atrevido a entrar y a molestarme con su olor! ¡Iván Zarevich! ¿Por qué has venido?

- ¡Oh, vieja bruja! Menos gruñirme, harías mejor en darme de comer y de beber y en ofrecerme un baño, y ya después de esto preguntarme por mis asuntos.

Baba-Yaga le dió de comer y de beber y le preparó el baño. Después del baño, el zarevich le contó que iba en busca de su mujer, la Sabia Basilisa.

- ¡Has tardado en venir! Se acordaba al principio de ti, pero ahora no te nombra nunca. Ve a ver a mi segunda hermana, que está más enterada que yo de tu mujer.

Iván Zarevich se puso en camino de nuevo detrás de la pelota; andó hasta encontrar otra cabaña, colocada también sobre patas de gallina.

- ¿Cabaña, cabañita! ¡Pon la espalda hacia el bosque y la puerta hacia mí! - dijo el zarevich.

La cabaña obedeció; Iván penetró en ella y encontró a la segunda Baba-Yaga, la cual al verle dijo:

Fiú, fiú! ¡Aquí hasta ahora ni se vio ni se olió a ningún hombre, y he aquí que uno se ha atrevido a entrar y a molestarme con su olor! ¡Qué hay, Iván Zarevich? ¿Vienes a verme por tu voluntad o contra ella?

Iván Zarevich le contestó que más bien era contra su voluntad.

Voy – dijo – en busca de mi mujer, Basilisa la Sabia.

- ¡Pues qué pena me das, Iván Zarevich! - le contestó entonces Baba-Yaga. ¿Por qué has tardado tanto? Basilisa la Sabia te ha olvidado, va a casarse con otro. Ahora vive en casa de mi hermana mayor, donde tienes que ir para llegar a tiempo de evitarlo. No olvides el consejo que te doy: Al pisar la cabaña, Basilisa la Sabia se hará un huso y mi hermana hilará hilos de oro que devanará sobre ese huso; procura aprovechar algún momento para robar el huso y luego rómpelo por la mitad, tira la punta tras de ti y la otra mitad hacia delante, y entonces Basilisa la Sabia aparecerá ante tus ojos.

Iván Zarevih dio a Baba-Yaga las gracias y siguió nuevamente a la pelota.

No se sabe por cuánto tiempo anduvo ni por qué lejanas tierras, pero rompió tres pares de botas de hierro en su largo camino y se comió tres panes de hierro.

Cuando por fin llegó a una tercera cabaña, puesta, como las otras, sobre tres patas de gallina -dijo Ivan Zarevich:

- ¿Cabaña, cabañita! ¡Pon la espalda hacia el bosque y la puerta hacia mí!

La cabaña obedeció, y el zarevich entró en ella y se encontró a la Baba-Yaga mayor, con el huso en la mano, hilando hilos de oro; cuando hubo devanado todo el huso, lo encerró bajo llave en un cofre. Iván Zarevich, aprovechando un descuido de la bruja, le robó la llave, abrió el cofrecito, sacó el huso y lo rompió por la mitad; echó la punta tras de sí y la otra mitad hacia delante; y en el mismo momento, apareció ante él su mujer, Basilisa la Sabia.

- ¡Hola, maridito mío! ¡Cuánto tiempo has tardado en venir! ¡Estaba ya dispuesta a casarme con otro!

Se cogieron las manos, se sentaron en una alfombra mágica y volaron hacia el reino de Iván.

Al tercer día de viaje, bajó la alfombra al patio del palacio del zar. Este acogió a su hijo con gran júbilo, hizo celebrar fiestas, y antes de morir legó todo su reino a su querido hijo el zarevichh Iván.


Aleksandr Nikolayevich Afanasiev
(Versión poetizada de Pedro Casas Serra)

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