jueves, 7 de octubre de 2021

El Niño prodigioso (Cuentos populares rusos de Aleksandr Nikolayevich Afanasiev )

 EL NIÑO PRODIGIOSO


Érase un comerciante y su mujer que poseían grandes riquezas. Sin embargo el matrimonio era infeliz porque no tenía hijos, cosa que deseaba ardientemente. Todos los días pedían a Dios que les favoreciese con un niño que les hiciese muy dichosos, los sostuviese en la vejez, heredase sus bienes y rezase por ellos después de muertos.

Para agradar a Dios, daban limosna, comida y albergue a los pobres; además idearon construir un gran puente a través de una laguna pantanosa, próxima al pueblo, para que todas las gentes pudiesen servirse de él y evitarles tener que dar un gran rodeo. Hacer el puente costaba mucho dinero, pero a pesar de ello, el comerciante prosiguió el proyecto y lo acabó, en su afán de hacer el bien a los demás.

Una vez terminado el puente, el comerciante dijo a su mayordomo Fedor:

- Ve a sentarte debajo del puente y escucha lo que la gente dice de mí.

Fedor se fue, se sentó bajo el puente y se puso a escuchar.

Pasaban por el puente tres virtuosos ancianos que hablaban entre sí:

- ¿Cómo recompensar al hombre que ha hecho construir este puente? Le daremos un hijo que tenga la virtud de que todo lo que pida a Dios le sea concedido.

El mayordomo, después de haberlo oído, volvió a la casa.

- Fedor, ¿qué dice la gente? -le preguntó el comerciante.

- Dicen cosas diversas; según unos, has hecho una caridad al construir el puente, y según otros, lo has hecho solo por vanagloriarte.

El mismo año dio a luz un hijo la mujer del comerciante, que bautizaron y pusieron en la cuna. El mayordomo, envidioso de la felicidad ajena y deseoso de hacer daño a su amo, a media noche, cuando todos dormían profundamente, mató un pichón, manchó la cama, los brazos y la cara de la madre con su sangre, y robó al niño, dándolo a criar a una mujer de un pueblo lejano.

Por la mañana, al despertar los padres, notaron que su hijo había desaparecido; por más que lo buscaron, no pudieron hallarlo. Entonces el astuto mayordomo señaló a la madre como culpable de la desaparición del niño.

- ¡Se lo ha comido su misma madre! -dijo. Mirad, tiene los brazos y los labios manchados de sangre todavía.

Furioso, el comerciante hizo encarcelar a su mujer sin atender sus protestas de inocencia.

Así pasaron años, y entretanto, creció el niño empezando a hablar y a correr. Fedor se despidió del comerciante, se estableció en un pueblo junto al mar y se llevó con él al niño.

Aprovechando el don del niño, le mandaba obtener sus caprichos, diciéndole:

- Di que quieres esto y lo otro y lo de más allá.

Y en cuanto el niño pronunciaba su deseo, este se realizaba al instante.

A fin le dijo un día:

- Mira, niño, pide a Dios que aquí aparezca un nuevo reino, que de esta casa al palacio del zar se forme sobre el mar un puente de cristal de roca y que se case conmigo la hija del zar.

El niño pidió a Dios lo que Fedor le decía y de una orilla a otra del mar, se extendió un maravilloso puente, todo él de cristal de roca, apareciendo una gran población con suntuosas casas, numerosas iglesias y altos palacios para el zar y su familia.

Al día siguiente, al despertarse el zar, miró por la ventana, y viendo el puente de cristal, preguntó:

- ¿Quién ha construido esa maravilla?

Los cortesanos le dijeron que había sido Fedor.

- Si Fedor es tan hábil -dijo el zar-, le daré a mi hija por esposa.

Se hicieron los preparativos de la boda y casaron a Fedor con la hija del zar. Una vez instalado en el palacio del zar, empezó Fedor a maltratar al niño; le reñía y pegaba a cada paso y muchas veces lo dejaba sin comer.

Una noche hablaba Fedor con su esposa, mientras en un rincón el niño lloraba su desconsuelo; preguntó a Fedor la hija del zar la causa de su don maravilloso.

- Si solo eras antes un pobre mayordomo, ¿cómo lograste poseer tantas riquezas? ¿Cómo pudiste hacer el puente de cristal en una noche?

- Mi poder mágico y todas mis riquezas -contestó Fedor- las he obtenido de ese niño que habrás visto conmigo, y que robé a su padre, mi antiguo amo.

- Cuéntame cómo -dijo la hija del zar.

- Era yo mayordomo en casa de un rico comerciante al que Dios prometió un hijo con tal virtud que todo lo que pidiera se realizaría y todo lo que pidiese a Dios le sería dado. Por eso, apenas nació el niño, lo robé, y para que no sospechasen de mí, acusé a la madre diciendo que se había comido a su propio hijo.

El niño, después de haber oído estas palabras, salió de su escondite y dijo a Fedor:

- ¡Miserable bribón! ¡Por mi súplica y por voluntad de Dios, transfórmate en perro!

Y apenas pronunció estas palabras, Fedor se transformó en un perro. El niño, atándole una cadena al cuello, se fue con él a casa de su padre.

Una vez dentro, dijo al comerciante:

- ¿Quieres hacerme el favor de darme unas ascuas?

- ¿Para qué las quieres?

- Porque tengo que dar de comer al perro.

- ¿Qué dices, niño? -contestó el comerciante. ¿Dónde has visto que los perros se alimenten con brasas?

- ¿Y dónde ha visto tú que una madre se coma a su hijo? Has de saber que soy tu hijo y que este perro es Fedor, tu infame mayordomo, que me robó de tu casa y acusó falsamente a mi madre.

El comerciante quiso conocer los detalles, y ya seguro de la inocencia de su mujer, hizo que la pusieran en libertad. Luego se fueron todos a vivir al nuevo reino que había aparecido en la orilla del mar al cumplirse el deseo de su hijo.

Volvió la hija del zar a vivir en el palacio de su padre y Fedor se quedó en miserable perro hasta su muerte.


Aleksandr Nikolayevich Afanasiev

(Versión poetizada de Pedro Casas Serra)

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