viernes, 1 de octubre de 2021

El zarevich Cabrito (Cuentos populares rusos de Aleksandr Nikolayevich Afanasiev )

EL ZAREVICH CABRITO

Érase que se era, un zar y una zarina que tenían dos hijos: el niño se llamaba Ivanuchka y su hermana Alenuchka. Al morirse sus padres y no tener familia, los niños decidieron ir a recorrer mundo. Iniciado el camino, el sol se subió al cielo y les quemaba sin encontrar refugio.

Llegados a un estanque, junto al que apacentaba un rebaño de vacas, -¡tengo sed! - dijo el niño.

- No bebas, hermanito, que te convertirías en ternero – le aconsejó Alenuchka.

Alcanzaron un río y en su orilla, pacía una manada de caballos.

¡Qué sed tengo, hermanita! - dijo el niño.

-No bebas, Ivanuchka, que te transformarías en potrillo.

Vieron después un lago y en su orilla, pastar unas ovejas.

- ¡Tengo sed! - dijo el niño.

- No bebas, hermanito, que te convertirías en cordero.

Siguieron adelante y al llegar a un arroyo, junto al que hozaba una piara de cerdos, - ¡no puedo más, hermanita! - dijo el niño.

- Ivanuchka, no bebas, pues te transformarías en lechoncito.

Anda que andarás, el sudor les cubría todo el cuerpo, sin que hallaran lugar en que alojarse. Vieron entonces unas cabras que pacían junto a una laguna.

¡Oh, hermanita! ¡Aquí sí que beberé!

Y haciendo oídos sordos a su hermana, Ivanuchka bebió de la laguna y se volvió un Cabrito que saltaba y brincaba, - beee!, ¡beee!, ¡beee! - balaba.

Alenuchka le ató un cordón de seda y llorando se lo llevó consigo.

Un día, el Cabrito, que iba suelto y corría, penetró en el jardín del palacio de un zar. Éste hizo llamar a Alenuchka que le contó su historia, y viéndola tan bella, quiso casarse con ella. Celebraron la boda y vivían felices y contentos los tres.

El Cabrito pasaba el día en el jardín, por la noche dormía en una habitación de palacio y comía en la mesa del zar y la zarina.

Llegó un día en que el zar se fue de caza, y una hechicera, por medio de sus artes, hizo enfermar a la zarina, y la pobre Alenuchka adelgazó y se puso tan pálida como la cera. En el palacio y en el jardín todo tomó un triste aspecto: marchitaron las flores, se secaron las hojas de los árboles, las hierbas se agostaron.

Vino a ver a Alenuchka la hechicera, y le dijo:

- ¿Quieres curarte? Ve a la orilla del mar y bebe su agua al anochecer durante siete días.

La zarina hizo caso del consejo y al llegar el crepúsculo, fue a la orilla del mar, en donde la aguardaba la hechicera, que la cogió, le ató una piedra al cuello y la echó al mar; Alenuchka se sumergió enseguida. El Cabrito, presintiendo algo malo, corrió hacia el mar y vio a su hermana hundirse, prorrumpiendo en un llanto amarguísimo.

Entretanto, la bruja se vistió de zarina, se presentó en palacio y empezó a gobernar.

Volvió el zar de la caza y, sin notar el engaño, se alegró mucho al ver que la zarina había recobrado la salud. Les sirvieron la cena y se pusieron a comer.

- ¿Dónde para el Cabrito? - dijo el zar.

- Mejor sin él estamos – respondió la hechicera. He dado orden de que no pueda entrar, me molesta su olor.

Pasaron varios días, y la hechicera empezó a convencer al zar mediante súplicas:

- ¡Da orden de que maten al Cabrito! Me fastidia de tal modo, que no quiero verlo más.

Al zar le daba lástima, pero se lo pedía con tamaña insistencia que no pudo evitar consentir que lo matasen.

La mañana siguiente, el Cabrito, viendo que ya afilaban los cuchillos para cortarle la cabeza, fue a ver al zar y le rogó.

- ¡Señor! Déjame ir a la orilla del mar para beber allí agua y limpiar mis entrañas.

El zar le dio permiso y el Cabrito corrió a toda prisa hacia el mar, se detuvo en la orilla y exclamó con voz lastimera:

- ¡Alenuchka, hermanita, sal a la orilla! ¡Han encendido ya la hoguera, la caldera está llena de agua hirviendo, afilando ahora están los cuchillos para matarme! ¡Pobre de mí!

Alenuchka le contestó:

- ¡Ivanuchka, hermanito, la piedra atada al cuello me pesa demasiado; las algas se enredaron en mis pies; se amontona la arena sobre mi pecho; la serpiente ha chupado toda la sangre de mi corazón!

El Cabrito se echó a llorar y regresó a palacio.

A mediodía, volvió otra vez al zar y le pidió:

- ¡Señor! Déjame ir a la orilla del mar para beber allí agua y limpiar mis entrañas.

El zar le dio permiso y el Cabrito corrió a toda prisa hacia el mar, se detuvo en la orilla y exclamó con voz lastimera:

- ¡Alenuchka, hermanita, sal a la orilla! ¡Han encendido ya la hoguera, la caldera está llena de agua hirviendo, afilando ahora están los cuchillos para matarme! ¡Pobre de mí!

Alenuchka le contestó:

- ¡Ivanuchka, hermanito, la piedra atada al cuello me pesa demasiado; las algas se enredaron en mis pies; se amontona la arena sobre mi pecho; la serpiente ha chupado toda la sangre de mi corazón!

El Cabrito se echó a llorar y regresó a palacio.

Cuando caía el sol, fue otra vez a pedir permiso al zar, diciéndole:

- ¡Señor! Déjame ir a la orilla del mar para beber allí agua y limpiar mis entrañas.

El zar le dio permiso, pero pensó: ¿Por qué el Cabrito quiere ir siempre a la orilla del mar? Y lo siguió.

Llegados a la orilla, oyó al Cabrito que llamaba a su hermana:

- ¡Alenuchka, hermanita, sal a la orilla! ¡Han encendido ya la hoguera, la caldera está llena de agua hirviendo, afilando ahora están los cuchillos para matarme! ¡Pobre de mí!

Alenuchka le contestó:

- ¡Ivanuchka, hermanito, la piedra atada al cuello me pesa demasiado; las algas se enredaron en mis pies; se amontona la arena sobre mi pecho; la serpiente ha chupado toda la sangre de mi corazón!

Pero el Cabrito empezó a suplicar, llamándola con voz tiernísima, y entonces Alenuchka, haciendo un gran esfuerzo, subió de lo más hondo del mar y apreció en la superficie. El zar la rescató, le desató la piedra que tenía atada al cuello, la sacó a la orilla y le preguntó lleno de asombro:

- ¿Cómo te ha sucedido tal desgracia?

Ella le contó todo, el zar se alegró mucho y el Cabrito también, manifestando su alegría con grandísimos saltos. En los jardines de palacio, los árboles reverdecieron, las plantas florecieron y todo alrededor se llenó de risas y de júbilo.

En cuanto a la hechicera, dio el zar la orden de ejecutarla. En el centro del patio encendieron una hoguera y en ella quemaron a la bruja.

Después de hacer justicia, el zar, su esposa y el Cabrito vivieron felizmente y en paz, sin separarse nunca.

Aleksandr Nikolayevich Afanasiev

(Versión poetizada de Pedro Casas Serra)

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