viernes, 15 de octubre de 2021

El zarevich Iván y el Lobo Gris (Cuentos populares rusos de Aleksandr Nikolayevich Afanasiev )

 EL ZAREVICH IVÁN Y EL LOBO GRIS


Una vez, en tiempos muy remotos, vivía en su retiro el zar Vislav con sus tres hijos, Demetrio, Basilio e Iván. Poseía un espléndido jardín en el que había un manzano que daba frutos de oro. Lo quería el zar como a las niñas de sus ojos y lo cuidaba con gran esmero.

Un día el zar echó en falta varias manzanas de oro y se desconsoló tanto que enflaqueció de tristeza. Los zareviches, sus hijos, al verlo así le dijeron:

- Padre y señor, permítenos que, alternándonos, montemos guardia a tu manzano predilecto.

- Os lo agradezco mucho, hijos míos -les contestó-, y al que logre coger al ladrón y me lo traiga vivo le daré la mitad de mi reino y a mi muerte será mi heredero.

Le tocó la primera noche hacer la guardia al zarevich Demetrio, quien apenas se sentó al pie del manzano se quedó profundamente dormido. Por la mañana, cuando despertó, vio que al árbol le faltaban más manzanas.

Tocóle el turno la segunda noche al zarevich Basilio, y ocurrióle lo mismo, pues le invadió un sueño tan profundo como a su hermano.

Llegó el turno al zarevich Iván. Acababa de sentarse al pie del manzano cuando sintió un gran deseo de dormir; se le cerraban los ojos y daba cabezadas. Entonces, haciendo un gran esfuerzo, se puso en pie, se apoyó en su arco y se quedó así esperando.

Iluminóse de el jardín a medianoche y apareció, no se sabe por donde, el Pájaro de Fuego, que se puso a picotear las manzanas de oro.

Iván Zarevich tendió su arco y le lanzó una flecha; pero logró tan solo hacerle perder una pluma y el pájaro se pudo escapar.

Al despertarse el zar, Iván Zarevich le contó quién hacía desaparecer las manzanas de oro y le entregó la pluma.

Dio las gracias el zar a su hijo menor y elogió su valor; pero sintieron envidia sus hermanos y le dijeron a su padre:

- No creemos que sea una gran proeza arrancar a un pájaro una pluma. Nosotros iremos en busca del Pájaro de Fuego y te lo traeremos.

El zar reflexionó unos instantes y al fin consintió en ello. Los zareviches Demetrio y Basilio se prepararon para el viaje e iniciaron el camino. Iván Zarevich pidió también permiso a su padre para que lo dejase marchar, y aunque este intentó disuadirle, al final lo dejó partir.

Iván Zarevich, después de atravesar llanuras y montañas, se encontró en un lugar del que partían tres caminos, y donde había un poste con la inscripción siguiente: “El que tome el camino de enfrente no llevará a cabo su empresa, porque perderá el tiempo en diversiones; el que tome el de la derecha, conservará la vida, pero perderá su caballo, y el que siga el de la izquierda, morirá”.

Iván Zarevich, tras pensárselo un rato, tomó el camino de la derecha.

Y siguió adelante un día tras otro, hasta que apareció en el camino un lobo gris que se abalanzó sobre el caballo y lo despedazó. Iván continuó a pie, y andando, andando, hasta que sintió gran cansancio y se detuvo a reposar un poco; pero le invadió una gran pena y rompió en llanto. Entonces se le apareció de nuevo el Lobo Gris, que le dijo:

- Lamento, Iván Zarevich, haberte privado de tu caballo; por lo tanto, montate sobre mí y dime dónde quieres que te lleve.

Montóse Iván Zarevich sobre él, y apenas nombró al Pájaro de Fuego, el Lobo Gris echó a correr tan rápido como el viento. Al llegar frente a un muro de piedra, paróse y dijo a Iván:

- Escala este muro que rodea un jardín en el que está el Pájaro de Fuego encerrado en su jaula de oro. Coge el pájaro, pero guárdate bien de tocar la jaula.

Iván Zarevich saltó el muro y se encontró en medio del jardín.

Sacó al pájaro de la jaula y ya se iba, cuando pensó que no le resultaría fácil llevarlo sin la jaula. Decidió pues cogerla, y apenas la tocó cuando sonaron mil campanillas que pendían de infinidad de cuerdecitas tendidas en la jaula. Despertáronse los guardianes y prendieron a Iván Zarevich, llevándolo ante el zar Dolmat, el cual le dijo enfadado:

- ¿Quién eres? ¿De qué país provienes? ¿Cómo te llamas?

Contóle Iván su historia, y el zar le dijo:

- ¿Te parece digna del hijo de un zar la acción que has cometido? Si hubieses venido a mí directamente y me hubieses pedido el Pájaro de Fuego, yo te lo habría dado de buen grado; pero ahora tendrás que ir a mil leguas de aquí y traerme el Caballo de las Crines de Oro, que pertenece al zar Afrón. Si lo consigues, te entregaré el Pájaro de Fuego, y si no, no te lo daré.

Regresó Iván Zarevich junto al Lobo Gris que, al verle, le dijo:

- ¡Ay, Iván! ¿Por qué no hiciste caso de lo que te dije? ¿Qué haremos ahora?

- He prometido al zar Dolmat que le traeré el Caballo de las Crines de Oro -contestóle Iván-, porque si no, no me dará el Pájaro de Fuego.

- Bien, pues montate otra vez sobre mí y vamos allá.

Y más rápido que el viento se lanzó el Lobo Gris, llevando sobre sí a Iván. Por la noche se hallaba ante la caballeriza del zar Afrón y otra vez habló el Lobo a nuestro héroe de esta forma:

- Entra en la cuadra; los mozos duermen profundamente; saca de ella al Caballo de las Crines de Oro; pero no vayas a coger la rienda, que también es de oro, porque si lo haces tendrás un gran disgusto.

Iván Zarevich entró con gran sigilo, desató el caballo y miró la rienda, y al verla tan preciosa le gustó tanto, que sin poderse contener, alargó la mano solo para tocarla. No bien la hubo tocado, cuando empezaron a sonar todas las campanillas que estaban atadas a las cuerdas tendidas sobre ella. Se despertaron los guardianes, apresaron a Iván y lo llevaron ante el zar Afrón, que al verlo gritó:

- ¡Dime de qué país eres y cuál es tu origen!

Iván Zarevich le contó su historia, a la que el zar le replicó:

- ¿Y te parece bien robar caballos siendo hijo de un zar? Si te hubieses presentado a mí, te habría regalado el Caballo de las Crines de Oro; pero ahora tendrás que ir muy lejos, a mil leguas de aquí, a buscar a la infanta Elena la Bella. Si consigues traérmela, te daré el caballo y también la rienda, y si no, no te lo daré.

Iván prometió cumplir la voluntad del zar y salió. Al verlo el Lobo Gris le dijo:

- ¡Ay, Iván Zarevichh! ¿Por qué me has desobedecido?

- He prometido al zar Afrón -contestó Iván- que le traeré a Elena la Bella. Es preciso que cumpla mi promesa, porque si no, no me dará el caballo.

- Bien; no te desanimes, que también te ayudaré en esta nueva empresa.

Montó de nuevo Iván sobre el Lobo, que salió disparado como una flecha. No sabemos la duración del viaje, pero al final paróse el Lobo ante a una verja dorada que cercaba el jardín de Elena la Bella. Al detenerse, le dijo el Lobo a Iván:

- - Voy a ser yo quien esta vez lo haga todo. Espéranos a la infanta y a mí en el prado al pie del roble verde.

Obedecióle Iván, y el Lobo saltó la verja, escondiéndose detrás de unos zarzales.

Salió al atardecer Elena la Bella al jardín para dar un paseo acompañada de sus damas y doncellas, y cuando llegaron junto a los zarzales donde estaba escondido el Lobo Gris, salió este a su encuentro, cogió a la infanta, saltó la verja y desapareció.

Llevó el Lobo a la infanta junto a Iván Zarevich y le dijo:

- Móntate, Iván; coge en tus brazos a Elena la Bella y vámonos en busca del zar Afrón.

Iván, al ver a Elena la Bella, préndose de tal modo de sus encantos, que se le desgarraba el corazón al pensar que tenía que dejársela al zar Afrón, y sin poder contenerse rompió en amargo llanto.

- ¿Por qué lloras? -preguntóle entonces el Lobo Gris.

¿Cómo no he de llorar si me he enamorado de Elena y se la he de dar al zar Afrón?

- Pues escuchame -le contestó el Lobo. Yo me transformaré en infanta y tú me llevarás ante el zar. Cuando te dé el Caballo de las Crines de Oro, márchate inmediatamente con ella, y yo, cuando pienses en mí, volveré a reunirme contigo.

Cuando llegaron al reino del zar Afrón, el Lobo se revolcó en el suelo y quedó transformado en la infanta Elena la Bella; y mientras que el zarevich Iván se presentaba con la fingida infanta ante el zar, la verdadera se quedó en el bosque esperándole.

Alegróse grandemente el zar Afrón al verles y enseguida le dio el caballo prometido, despidiéndole con mucha cortesía.

Iván Zarevich montó sobre el caballo, llevando consigo a la infanta, y se dirigió hacia el reino del zar Dolmat para que le entregase el Pájaro de Fuego.

Mientras tanto, el Lobo Gris seguía viviendo en el palacio del zar Afrón. Pasó un día, otro y otro más, hasta que al cuarto le pidió al zar permiso para dar un paseo por el campo. Consintió el zar, y salió la supuesta Elena acompañada de damas y doncellas; pero de pronto desapareció sin que sus acompañantes pudieran decir al zar otra cosa sino que se había transformado en un lobo gris.

Seguía Iván Zarevich su camino con su amada, cuando una punzada sintió en el corazón, y se dijo:

- ¿Dónde estará ahora mi amigo el Lobo Gris?

Y en el mismo instante se le presentó este diciendo:

- Aquí me tienes. Siéntate, Iván, si quieres, en mi lomo.

Pusiéronse los tres en marcha y, por fin, llegaron al reino de Dolmat; cerca ya del palacio, el zarevich le dijo al Lobo:

- Amigo mío, hazme si puedes el último favor; yo quisiera que el zar Dolmat me entregase el Pájaro de Fuego sin tener que dejarle el Caballo de las Crines de Oro, pues lo querría conservar a mi lado.

Transformándose el Lobo en caballo, dijo al zarevich:

- Llévame ante el zar Dolmat y recibirás el Pájaro de Fuego.

Mucho se alegró el zar al ver a Iván, a quien dispensó una gran acogida. Le dio las gracias por haberle traído el Caballo de las Crines de Oro, le obsequió con un gran banquete, y solo cuando empezaba a anochecer le dejó marchar, entregándole el pájaro con jaula y todo.

Acababa de salir el sol, cuando Dolmat, impaciente por probar su caballo nuevo, mandó que lo ensillaran, y montándose en él salió a dar un paseo; pero en cuanto estuvieron en el campo, empezó a dar coces el caballo y a encabritarse hasta tirarlo al suelo. Entonces vio el zar con gran asombro, como el Caballo de las Crines de Oro se transformaba en un lobo gris que desaparecía con la rapidez de una flecha.

Llegóse el Lobo hasta donde estaba Iván Zarevich y le dijo:

- Móntate sobre mí mientras que la hermosa Elena lo hace sobre el Caballo de las Crines de Oro.

Entonces lo llevó hasta dónde al principio del viaje le había matado el caballo, y le dijo:

- Adiós, Iván Zarevich; te serví fielmente, pero debo dejarte.

Y desapareció.

Iván Zarevich y Elena la Bella se dirigieron al reino de su padre; pero estando ya cerca quisieron descansar al pie de un árbol.

Ató Iván el caballo, la jaula con el Pájaro de Fuego la puso junto a sí, se echó en el musgo y se durmió; Elena la Bella se durmió a su lado.

Entre tanto, los hermanos de Iván volvían a su casa con las manos vacías. En la encrucijada, habían elegido el camino que se veía enfrente; bebieron, se divirtieron mucho y ni siquiera oyeron hablar del Pájaro de Fuego. Una vez malgastado todo su dinero, decidieron volver al reino de su padre, y cuando regresaban vieron al pie de un árbol a su hermano Iván que dormía al lado de una joven de belleza indescriptible. El Caballo de las Crines de Oro estaba atado junto a él, y también descubrieron al Pájaro de Fuego encerrado en su jaula.

Los zareviches desenvainaron sus espadas, mataron a su hermano e hicieron pedazos su cuerpo.

Despertóse Elena, y al ver muerto y destrozado a Iván rompió en amargo llanto.

- ¿Quién eres, hermosa joven? - preguntó el zarevich Demetrio.

Y ella le contestó:

- Soy la infanta Elena la Bella; el zarevich Iván, a quien habéis matado, fue a buscarme a mi reino.

- Escucha, Elena -le dijeron los zareviches-; haremos lo mismo contigo si no dices que fuimos nosotros los que te sacamos de tu reino, lo mismo que al caballo y al pájaro.

Temió Elena la muerte y prometió decir todo lo que le ordenasen.

Entonces los zareviches Demetrio y Basilio la llevaron, junto con el caballo y el pájaro, a casa de su padre y se alabaron ante él de su arrojo y valentía. Estaban los zareviches muy satisfechos, pero la hermosa Elena lloraba sin parar, el Caballo de las Crines de Oro caminaba con la cabeza tan baja que casi le tocaba al suelo, y el Pájaro de Fuego estaba triste y deslucido; tanto, que el resplandor que desprendía su plumaje era muy débil.

El cuerpo destrozado de Iván quedó por un tiempo al pie del árbol, y cuando empezaban a acercarse fieras y aves de rapiña para devorarlo, acertó a pasar por allí el Lobo Gris, que se estremeció al reconocer el cuerpo de su amigo.

- ¡Pobre Iván Zarevich! ¡Apenas te dejé, te sobrevino una desgracia! Es menester que te auxilie una vez más.

Ahuyentó a los pájaros y fieras que rodeaban el cuerpo de su amigo y se escondió detrás de un zarzal. Al poco vio venir volando a un cuervo que, acompañado de sus pequeñuelos, venía a picotear en el cadáver; cuando pasaron frente a él, saltó desde el zarzal y se abalanzó sobre los pequeños; pero el Cuervo padre le gritó:

- ¡Oh, Lobo Gris! ¡No te comas a mis hijos!

- Los despedazaré si no me traes el agua de la muerte y el agua de la vida.

Elevó el vuelo el cuervo y se perdió de vista. Regresó al tercer día con dos frascos; el Lobo Gris entonces despedazó a uno de los cuervecitos, lo roció con el agua de la muerte, y al momento los pedacitos se juntaron de nuevo; cogió el frasco del agua de la vida, lo roció igualmente con ella y el cuervecito sacudió sus plumas y se echó a volar.

Repitió el Lobo Gris con el zarevich la misma operación de las dos aguas, que le hicieron resucitar y levantarse, diciendo:

- ¿Cuánto tiempo he dormido?

El Lobo Gris le contestó:

- Habrías dormido eternamente si no te hubiese resucitado, porque tus hermanos, tras matarte, hicieron pedazos tu cuerpo. Hoy tu hermano Demetrio se casa con Elena la Bella y el zar cede su reino a tu hermano Basilio a cambio del Caballo de las Crines de Oro y el Pájaro de Fuego; pero sube sobre tu Lobo Gris, que en un abrir y cerrar de ojos te llevará a presencia de tu padre.

Cuando el Lobo apareció ante el palacio acompañado del zarevich, todo volvió a la vida: sonrió Elena la Bella secando sus lágrimas; oyóse relinchar en los establos al Caballo de las Crines de Oro, y el Pájaro de Fuego brilló de tal manera, que llenó de luz todo el palacio.

Al entrar Iván en el palacio vio los preparativos para el banquete y que estaban ya reunidos los invitados a la boda de Demetrio y Elena. Esta, al ver a su antiguo prometido, se le echó al cuello abrazándolo con fuerza; pasado este primer impulso, contó al zar que fue Iván quien la sacó de su reino, y quien consiguió traer al Caballo de las Crines de Oro y al Pájaro de Fuego; que después, mientras Iván dormía, le habían matado sus hermanos y que a ella le habían hecho callar con amenazas. El zar Vislav, lleno de cólera, ordenó que expulsasen de su reino a sus dos hijos mayores.

El zarevich Iván se casó con Elena la Bella y vivieron una vida de paz y de amor.

¡Al Lobo Gris no se le volvió a ver más, ni nadie se acordó de él nunca!


Aleksandr Nikolayevich Afanasiev

(Versión poetizada de Pedro Casas Serra)

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