sábado, 15 de octubre de 2022

Sobre la poesía, mis poemas y otras cosas 195 (mis comentarios en airesdelibertad.com)


El amor se parece mucho al dolor.

Lucir las mejores ropas es señal de un día especial, de un encuentro deseado. El poema de Claudio Rodrígiez, "A mi ropa tendida (El alma)", acaba con estos preciosos versos: ¿Qué es este amor? ¿Quién es su lavandera?

Dejar de querer es más difícil (y más doloroso) que empezar a querer.

Podemos lo mayor (enviar naves espaciales, crear vida en laboratorio) y no podemos lo menor (ofrecer un futuro a los niños). Algo no va bien en el mundo.

Ayer en el Club de Poesía que dirige Jordi Virallonga en la Biblioteca Mercé Rodoreda de Barcelona, se comentaba el libro de José Hierro, "Cuaderno de Nueva York" y se leyó el poema de dicha obra, "Lear King En Los Claustros". Al final del mismo hay dos versos entrecomillados que, según nos dijo Jordi, corresponden a las últimas palabras que el poeta Gerardo Diego, muy admirado por José Hierro, le dijo a su esposa: «Yo sé que te he querido mucho, pero no recuerdo quién eres».

Las manos que se agitan al despedirse están buscando volverse a encontrar.

Con los años los padres se van volviendo los hijos de sus hijos.

La muerte ha servido de tema para muchos artistas, sobre todo antes, ahora se esconde el tema como si al no hablar de él desapareciera.

Todo tiene diferentes interpretaciones a medida que se profundiza en ello.

No hay muros para la imaginación.

Ese "estar en compañía" que traen los años, cuando ya no hacen falta palabras.

La vejez es difícil de asumir. Durante muchos años parece una historia que no va con nosotros, pero llega. Como nosotros hemos sido afectuosos con nuestros padres, esperamos que otros lo sean con nosotros. Un anciano es lo más parecido a un niño, pero no todo el mundo se da cuenta.

Los sentimientos más íntimos hay que preservarlos de la luz.

De niño, en los campamentos, cuando fui "boy scout" (minyó de muntanya), construíamos instalaciones, a veces un sencillo puente para cruzar el arroyo.

Pepe Hierro escribía dos tipos de poemas, unos de tipo realistas-reflexivo y otros -los que el llamaba "alucionaciones"- de tipo más imaginativo-irrealista. Estos últimos los publicaba en letra  cursiva.

Entre tanto estruendo queda un lugar para la poesía: "por la escondida senda...".

Al final lo que queda es el recuerdo.

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