EL
VELERO
No
te engañé. Te dije que lo nuestro
sería
como embarcar en un velero,
que
enfilando alta mar
deja
la costa cada vez más lejos,
y
que iniciado el viaje,
abandonar
resulta muy difícil.
No
sé si me creíste. Vivías un momento
de
tantas ilusiones, de pasión tan grande
que
tal vez no me oíste,
no
quisiste escucharme
o
bien pensaste
que
era tan solo imagen de poeta.
Levamos
anclas. ¡Y fueron unos años
tan
felices sin que una nube
ensombreciera
el plateado espejo!
¡Vivimos
sensaciones!, ¡cruzamos horizontes!,
¡fondeamos
en amores tan profundos
que
el mar inmenso no puede contenerlos!
Pero
llegó la tempestad, silbaba el viento,
el
velero crujía
zarandeado
por los elementos,
y
cuando todo parecía perdido
y el
barco zozobrar,
presa
del pánico saltaste por la borda.
La
calma regresó, el maltrecho velero
siguió
su rumbo,
pero
no eran ya dos sus tripulantes,
y el
que quedaba
sintió
la soledad del holandés errante,
y
que parte de él mismo
flotaba
a la deriva entre las aguas.
Pedro
Casas Serra (1988)
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