EL
FLAMENCO
Buscando
estoy mi amado
y
como peregrino
penitente
de un castigo divino,
desgrano
mi rosario
contemplando
los rostros de la gente
en
busca de una mirada transparente
que
atrape mi mirada soñadora
en
el transcurso de mi camino diario.
Gacela
ruborosa
que
se refugia en la espesura más frondosa,
huye
mi amado de mi alcance,
temeroso
no fuera depredadora fiera.
A
veces veo a alguien que de espaldas
me
parece mi amado,
y
corro presuroso y al verle de perfil,
decepcionado,
veo
que
no tiene de mi amado la figura.
Mi
amado es un flamenco de plumaje rosado
posado
en una pata, indiferente al mundo.
En
sueños veo a mi amado encadenado
en
un rincón de la ciudad oscuro,
atado
a un oficio sin futuro,
la
cara sucia, el pelo despeinado,
pringado
de sudor, desaseado.
Entonces
sueño que lo lavo
con
jabón de romero,
que
froto fuertemente con mis manos
su
parte de delante y su trasero
con
esponja marina,
para
secarlo luego con esmero
envolviéndolo
en toalla grande, suave y fina,
que
le perfumo con lavanda el pelo,
le
afeito la barba de tres días
y
con loción su cara masajeo.
Después,
contemplo a mi amado,
apuesto
y bien plantado,
alzándose
desnudo
de
cuerpo entero
y
siento lo que Dios posiblemente
sentiría
al contemplar a Adán el primer día.
Luego
visto a mi amado lentamente
cubriendo
su natura con calzoncillos blancos,
con
camiseta blanca sus tetillas,
con
blanco pantalón sus pantorrillas,
con
camisa blanca sus musculosos brazos
y
sus ligeros pies... con blancas zapatillas.
Resultando
mi amado
obra
enteramente mía,
que
lo he encontrado,
lavado,
vestido y perfumado.
Y
tal como lo he hecho lo deshago
desvistiéndolo
y dejándolo desnudo
en
toda la belleza de su hombría,
gacela
trashumante que pasó por delante
y
atrapó mi mirada palpitante un día.
Pedro
Casas Serra (17-06-1992)
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