EL PREMIO
El hombre eminente no hacía sino recibir distinciones. Tras el de sus compatriotas, le llegó el reconocimiento de la Academia, y mientras esperaba en su butaca, adormecido por la edad y los trajines, lo único que se representaba en su cabeza era a su madre alzando con orgullo la bacinilla y diciéndole: ¡Bravo, Luisito!
Pedro Casas Serra (28-11-2011)
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