jueves, 22 de abril de 2021

Polo (Recuerdos durante el confinamiento)

 

POLO


De niño, viví en Madrid entre los seis y los doce años. Mi padre, tras arruinarse, se marchó allí para intentar rehacer su maltrecha economía y también su vida, pues se había separado de mi madre.


Cuando tenía yo seis años, mi padre nos llevó a mi hermana Victoria y a mí a pasar con él las vacaciones de verano y, acabadas estas, nos retuvo con él. Tras negociar mis padres a través de sus abogados, acordaron que nosotros pasaríamos el curso con mi padre y las vacaciones con mi madre, Así que yo viví con mi padre, mi tía Rosita y mi hermana, los cursos escolares hasta los doce años en Madrid.


Ser hijo de padres separados, en la España franquista en que no existía el divorcio, no era nada habitual, por lo que yo me sentía un bicho raro y en el colegio religioso en que estudiaba, y procuraba ocultarlo a mis compañeros, más aún después de que un profesor, que me ayudó mucho en mis estudios, me aconsejara, con la mejor de las intenciones, que mejor de eso no hablara con ellos porque podía perjudicarme.


Yo era un niño introvertido al que no se le daba bien el fútbol, capaz de marcar goles en la propia portería. Los recreos los pasaba solo. Bueno, solo no, en compañía de mi amigo Polo. En el colegio, entonces nos llamábamos por el apellido: yo era Casas y él era Polo. Polo era un niño canijo, algo tirado para delante, según se aprecia en las fotografías que se tomaron con motivo de mi primera comunión, pues su angelical cabecita aparecía entre sus hombros casi sin cuello.


Polo y yo, durante los recreos en el patio del colegio, nos entreteníamos fantaseando que éramos príncipes que vivíamos en palacios construidos con piedras preciosas, y que nos rodeaban servidores que atendían nuestros menores caprichos, entre riquezas fastuosas. Polo y yo nos construimos un mundo en el que éramos felices.


Pedro Casas Serra, Recuerdos durante el confinamiento, 04/06-2020.

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