sábado, 24 de abril de 2021

El Doctor Cónil (Recuerdos durante el confinamiento)

EL DOCTOR CÓNIL


Lloret de Mar fue mi paraíso en la tierra. Cuando llegaban las vacaciones de verano, mi madre nos recogía a mi hermana y a mí en Madrid y, tras pasar por Barcelona y cerrar el piso, nos íbamos con mi hermana mayor y la criada, en el coche de tío Miguel, a Lloret de Mar, un pueblo de la Costa Brava, donde alquilábamos cada temporada una casa del pueblo en que pasar los cuatro meses que duraban entonces las vacaciones de verano.


Lloret era un pueblo precioso con una gran playa de arena gruesa y otras pequeñas calas entre rocas y pinos. Tenía una iglesia con una cúpula de azulejos de colores que relucían al sol, y una población que se repartía entre pescadores y agricultores. Por las mañanas, los hombres arreglaban las redes en la playa; por las tardes las mujeres sacaban la silla a la puerta para hacer encaje de bolillos; y al anochecer salían las barcas a pescar.


También estábamos los veraneantes, en su mayoría de Barcelona, que íbamos a pasar el verano. Algunas familias de veraneantes eran propietarias de torres con jardín situadas en el paseo frente a la playa o en la rambla; otras, como nosotros, alquilaban casas del pueblo. Todos nos conocíamos, pues muchas de nuestras madres, de niñas, habían estudiado internas en un colegio que una orden de monjas francesas tenía a la salida del pueblo.


Lloret tenía también un cementerio muy bonito lleno de hermosas tumbas de indianos, hombres del pueblo que se habían ido a hacer las Americas y regresado tras haber hecho fortuna allí.


Las mañanas bañándonos en la playa, largas siestas, excursiones en bicicleta por los alrededores y alguna película en el cine del pueblo, con butacas de madera, los fines de semana: así se nos pasaba el veraneo.


Nunca más he querido volver a Lloret, que se ha convertido en una ciudad llena de hoteles, apartamentos y turistas borrachos que vomitan sobre las aceras por la noche.


De pequeño, oí contar que en Lloret vivía un tal Doctor Conill (apellido catalán que se lee cuníll y significa conejo), que era de los más ricos del pueblo y tenía una masía en sus alrededores. Como el tal doctor considerara que su apellido no sonaba lo suficientemente bien para su posición social, decidió cambiárselo por Cónil, y así lo hizo, informando de ello a sus sirvientes. Una noche, en que se encontraba cenando en casa con un grupo de amigos, el masovero de su finca, muy alterado, entró al comedor gritando: ¡Doctor, doctor, la jaula se ha abierto y se han escapado todos los cónils!


Pedro Casas Serra, Recuerdos durante el confinamiento, 04/06-2020.



 

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