EL TREN
(Declaración
de amor en un aniversario.)
Día
claro, sin nubes,
y yo
en un tren hacia Vilafranca,
consciente
de que mi enfermedad me engaña,
y
sin embargo repetidamente confundido.
¡Cuántas
cosas no he hecho!
¡Cuántas
personas no he conocido por un temor injustificado!
¡Cuántas
he rechazado por un motivo baladí!
¡El
tren conoce su camino mucho mejor que yo!
Enfermedad
que crea desconfianza:
“Quieren
fastidiarme.” “No me entienden.”
“¿Soy
objetivo?” “¿Podré acabarlo?”
Paso
por estaciones casi vacías
- en
estas fechas, por esta línea,
no
viaja casi nadie.
Pero
la soledad no me molesta,
la
gente siempre obliga a algo:
hablar,
reír... exige un esfuerzo
que
hoy no estoy dispuesto a hacer.
La
mirada se extiende
y el
paisaje pasa como una película.
¡Cuántas
imágenes! ¡Cuántos colores!
¡Cuántas
luces me llenan interiormente!
Necesito
la luz, el aire,
creo
que moriría si perdiera la vista.
Después
el tacto pero
más
que el que produce tocar
el
que produce que te toquen:
el
sol, unas manos que te acarician...
El
habla depende de los días, las personas.
El
olfato - ese desconocido.
El
oído es el menos necesario,
casi
todos los sonidos son molestos:
el
traqueteo del tren,
las
voces agudas de dos mujeres que hablan.
Me
comunican más los árboles - pinos -
la
tierra rojiza, el cielo azul,
los
matorrales, las cañas junto a la vía,
el
río que atravieso.
Me
llenan mucho más
y me
acompañan
mucho
más que las palabras:
las
que anuncian las estaciones
-
siempre estridentes, resonantes -
las
de las dos mujeres que ahora bajan
-
las personas son más agradables cuando callan
o
hablan bajo, modulan,
sonríen
mejor que ríen,
hay
pocas risas amables, naturales.
Ahora
vamos más deprisa,
lo
pequeño apenas se fija en la retina,
solo
quedan las formas más grandes:
el
bosque, el viñedo, las colinas, el talud,
la
carretera que atravesamos...
Y
otra parada, Gelida.
¡Para
qué correr tanto si enseguida se para!
Me
gustaría pintar este paisaje,
describirlo
con un lápiz,
tan
natural, todo vida,
con
sus mil colores y sus mil formas,
sus
mil olores, sensaciones al tacto,
sonidos
apenas perceptibles.
Integrarme
en la naturaleza
- me
siento parte de ella, más animal que racional.
Me
gusta más ser animal:
en
pleno bosque revolcarme en la tierra,
acariciar
las hojas,
ver
el cielo a su trasluz.
La
civilización me incomoda:
la
velocidad, el estruendo,
la
masificación, los malos olores,
la
polución, los espacios limitados,
su
gris sucio, la dureza del cemento,
los
prefabricados, la música enlatada.
En
el campo, en la playa,
mi
mente se abre, se expande,
se
desatasca, se desentumece, sale afuera,
llamada
por el sol, el aire
-
mil veces más matizado que la luz eléctrica,
mil
veces más saludable que el aire acondicionado -
la
tierra, las copas de los árboles
-
mil veces más amplia que cualquier piso,
mil
veces más altas que cualquier techo -
la
tibieza del sol, el sonido del campo
-
mil veces más abrigado que cualquier vestido,
mil
veces más grato que cualquier música -
y
con mis piernas, mis brazos
-
mil veces más resistentes que cualquier vehículo,
mil
veces mas aptos que cualquier instrumento -
recorrer
un paisaje, un espacio
-
mil veces más pintoresco que cualquier habitación,
mil
veces mayor que cualquier frontera -
para
llegar hasta otro animal
como
yo
que
con su forma, su luz, sus gestos,
su
olor, su expresión, su movimiento
me
atrae
-
mil veces más que cualquier objeto,
mil
veces más que cualquier monumento -
para
abrazarlo
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